lunes, 21 de junio de 2010

Crónicas de funciones: La Boheme, Auditorio de Zaragoza. Segundo reparto.

Acudió bastante público, aunque todavía quedaron algunas localidades libres. Quienes no se perdieron la función fueron las toses del Auditorio, ese fenómeno tan conocido en Zaragoza e inexplicado como las obras del Teatro Fleta o las sicofonías de la Casa del Duende. ¡Madre mía, qué exageración! ¿No se iban a poner desfibriladores en estadios de fútbol y otros sitios públicos? Pues en el Auditorio tendrían que estetoscopios en la entrada y el que no demuestre tener unos pulmones limpios que no pase. (Tampoco descarto que más de uno se haya sugestionado con el gélido invierno parisino que había en la escena, unido al cierzo y las temperaturas que estamos teniendo en Zaragoza en pleno junio, que más parecen de marzo)
La orquesta del Conservatorio Superior de Música de Aragón, nutrida y jovencísima (en una entrevista radiofónica, Ainhoa Arteta dijo que creía que ninguno pasaba de los 21 ó 22 años), sonó estupendamente. El problema es que, al ser el Auditorio una sala de conciertos y no un teatro de ópera, carece de foso, y a veces la orquesta sonaba hasta demasiado y se comía la voz de los cantantes, si bien la de unos más que la de otros.
Juan Luis Martínez, el director, sobreactuó un poco para mi gusto: demasiados saltitos y estiramientos, hasta el punto de que en un momento dado, hacia el final del primer acto, se le cayó la batuta. Por suerte, él la encontró tan rápido como Rodolfo la llave. Y los chavales siguieron tocando imperturbables.
En cuanto a las voces, no tengo muchos conocimientos para juzgar. Sólo puedo decir que, a mi modesto entender, el más justito de fuerzas parecía el tenor, Eduardo Sandoval, al cual en los graves prácticamente no se le oía (a pesar de estar sentado bastante cerca del escenario) y en los primeros agudos que atacó parecía que no llegaba. Fue aplaudido tras “Che gelida manina”, pero no tanto como lo que se suele cosechar tras esta aria tan famosa. Igual es que empezó frío porque, a medida que la obra se iba desarrollando, me fue gustando un poco más, y al final, su voz hasta temblaba de dolor ante la agonía de su amada. Eso sí, de los dos desgarradores “¡Mimí!” con que termina la obra, el primero no se oyó absolutamente nada. Imposible imponerse a la orquesta que en ese momento atronaba la sala.
A María de Félix, la intérprete de Mimí, le pasó algo parecido pero en menor medida. Tampoco se le oía mucho en las notas más bajas, aunque ya digo que no era tan evidente como en el caso del tenor. Su timbre de voz, por otra parte, no me gustó mucho. No sé cómo expresarlo. Es como si fuera una voz de persona mayor en una garganta joven.
Mejor lo hizo Eugenia Enguita (Musetta), y por eso al final se llevó más aplausos, quien ya desde su primera carcajada fuera de escena mostró hallarse cómoda en el papel. También me convenció bastante cómo representaba el personaje, veleidoso en el segundo acto, enfadado en el tercero y responsable en el cuarto.
No obstante, quien más me gustó fue Fernando Piqueras (Marcelo), que nunca tuvo problemas para hacerse oír y al que, además, con una buena dicción, se le entendía todo sin problemas. Los otros dos bohemios, Xavier Mendoza y Abelardo Cárdenas (Schaunard y Colline respectivamente), bien; sobre todo el primero, actuó muy bien durante la cena del segundo acto y en la escena de la muerte de Mimí. Y ambos crearon, junto con los protagonistas masculinos, un divertido cuadro al principio del último acto.
La escenografía, aun siendo sencilla, me gustó bastante. Yo soy de los que prefieren ver sobre el escenario lo que el compositor ha indicado en el libreto, y no que me pongan cualquier cosa abstracta, o incluso no pongan nada, y me digan que lo demás tengo que imaginarlo yo. Para el primer y el último acto colocaron un pedazo de ventanal típico de buhardilla flotando y, en el escenario, una cama, una mesa, sillas, un caballete y una estufa vieja. Lo poco que tenían los bohemios, vaya. En los actos centrales se sirvieron de una estructura de dos niveles que producía un efecto de perspectiva y que, especialmente en el segundo acto, permitió acoger a la gran cantidad de gente que pulula por allí.
El vestuario, de época, también fue el adecuado: los chalecos, gabanes y sobreros que llevaba la gente humilde a mediados del siglo XIX.
Una única objeción: no pusieron subtítulos. Para los que hemos leído el libreto y visto y oído esta ópera varias veces, no es ningún problema. Pero para parte del público, como mi mujer, significa que, aunque se enteran de la historia en general, se pierden muchos detalles y hermosas frases que enriquecen la ópera. Si no llega a ser porque, una hora antes de salir hacia el Auditorio, estuvimos leyendo el extraordinario trabajo que en su día realizó Simón Boccanegra para la ópera del mes, ella no hubiera sabido lo que pasaba más de la mitad de las veces.
En definitiva, yo salí contento, porque la obra es preciosa y se representó bastante bien. Ojalá el Auditorio, el Ayuntamiento, la DGA, o quien sea y corresponda, se apliquen alguna vez a programar temporadas de ópera completas en Zaragoza para que veladas como la de ayer no tengan carácter de excepcionalidad.

fdo. un socio

2 comentarios :

Homer dijo...

Es cierto lo del tenor Eduardo Sandoval, hizo deslucir en ocasiones la voz de Mimí, como la orquesta que en el primer y segundo acto se comía la voz de los interpretes.

fdo. otro socio

Anonymous dijo...

Con esta son tres las óperas que ha realizado el Auditorio: Carmen, la Traviata y La Boheme. Para mí, la mejor ha sido esta última tanto por voces como por representación. Hay que destacar a Eugenia Enguita, con una Musseta muy bien cantada (y por supuesto a Ainhoa Arteta,maravillosa Mimi).
Debemos aprovechar las mimbres que tenemos: la orquesta, del conservatorio y aficionada, pero que cumple muy dignamente su papel y por supuesto, el coro Amici Musicae (cada vez mejor), que tanto partido se le está sacando a su pseudo profesionalidad, interpretando lo mismo a un gran Mahler, que Zarzuela, que ópera y de la grande.
¡Qué se repita, por favor!

Un aficionado a la música