viernes, 26 de agosto de 2011

Crónicas. Recital de S. Keenlyside en Edimburgo





Festival Internacional de Edimburgo, Usher Hall, 19 de agosto de 2011

Simon Keenlyside, Malcolm Martineau

El programa del Festival anunciaba un recital con cinco autores de caracteres tan diferentes como Mahler, Strauss y Schubert por un lado y Duparc y Debussy por otro. El detalle de los títulos en el programa de mano nos revelaba que las canciones elegidas giraban (como suele suceder en los recitales de Simon Keenlyside que combinan lied y mélodie) en torno al amor y la Naturaleza.

El primer grupo de canciones fue el dedicado a Mahler, alternando canciones a partir de poemas de Rückert con otras extraídas de Des Knaben Wunderhorn. El recital empezó con una interpretación algo insegura de Ich atmet' einen linden Duft; Keenlyside pareció sentirse bastante más cómodo con Des Antonius von Padua Fischpredigt, cargado de ironía, y a partir de ahí todos, intérpretes y público, entramos de pleno en la música. La perla de este primer bloque, Liebst du um Schönheit. ¿Se puede transmitir humildad cantando? Porque la canción sonó tierna y humilde, una hermosa interpretación.

La primera parte continuó con los compositores franceses. De Duparc escuchamos dos de sus canciones más conocidas, Le manoir de Rosamonde y Phidylé, que sonó vibrante y urgente; una lectura algo alejada de la habitual, más soñadora, pero igualmente convincente. De la pasión en Duparc pasamos a la exquisitez en Debussy, cuatro canciones encabezadas por una elegantísima versión de Nuit d'étoiles.

Con la segunda parte volvimos a los compositores alemanes, en primer lugar Strauss. Sin duda, la sentida interpretación que Simon Keenlyside ofreció de Befreit fue el momento más intenso del recital y Malcolm Martineau nos concedió una pausa más larga para recuperar el aliento (porque el público también se queda sin aliento a veces) antes de volver a hablar del deseo con Epheu y Ständchen.

El recital acabó con Schubert. Sea por la debilidad tantas veces confesada de Keenlyside por este compositor, sea por la mía propia, no pude evitar la sensación ya con las primeras notas de que Schubert es... otra cosa. De la melancólica Auf der Donau a la brillante Im Walde, pasando por la serena Der Einsame y, sobre todo, la imponente Prometheus. Espléndido.

Dos propinas, An den Mond in einer Herbstnacht (con la que los intérpretes buscaron algo de frescor que aliviara el calor que hacía en el auditorio) y una nueva serenata, esta vez de Brahms, cerraron la velada. Una vez más, el tándem Keenlyside-Martineau nos había regalado un estupendo recital. Una vez más, gracias.

fdo. Elvira