lunes, 20 de agosto de 2012

Crónicas. Recital de M. Goerne en Vilabertran

El jueves 17 de agosto era el día de Matthias Goerne en la Schubertíada en Vilabertran, su regreso tras dos ediciones ausente; la acompañaba al piano Alexander Schmalcz. El programa, interesante y muy trabajado: canciones de Schumann y Mahler, alternadas y agrupadas en tres bloques temáticos: amor, muerte y guerra. Por los cincuenta años que separan a los dos compositores y sus formas tan diferentes de entender el lied podía parecer a priori que el recital sería un continuo ir y venir, pero en absoluto fue así; los lieder, muy bien elegidos, fluyeron con naturalidad y como en las canciones de muerte había mucho amor ya las de guerra mucha muerte, y además Goerne y Schmalcz las interpretaron todas seguidas sin pausa entre bloques, bien podríamos resumir la velada, recordando a John Huston, como un paseo por el amor y la muerte. 

No descubrimos nada a estas alturas de su carrera si decimos que Matthias Goerne tiene una enorme sensibilidad y dice el lied tan bien como lo canta, con un fraseo impecable y un exquisito recrearse en los detalles. Lógicamente, esto beneficia a las canciones más lentas, y así escuchamos una muy hermosa versión de Urlicht seguida de una no menos hermosa versión de Nachtlied, pero Goerne se lució también en las enérgicas canciones de guerra, su voz llenó la iglesia de Santa María sin perder los matices y nos transmitió el horror, el miedo y la angustia de los protagonistas. Entre unas y otras, un momento mágico, uno de esos momentos que siempre esperamos cuando asistimos a un concierto y que recordamos durante mucho tiempo: la impresionante interpretación de Ich bin der Welt abhanden gekommen, una de las canciones más queridas del repertorio liederístico; por unos minutos, Goerne fue la imagen de la soledad en una iglesia llena a rebosar. 

Alexander Schmalcz acompañó muy bien Matthias Goerne, buenos conocedores ambos de la acústica de la iglesia, e hizo que no echáramos de menos la orquesta que acompaña originalmente una parte de las canciones de Mahler que interpretaron. 

El público agradeció con entusiasmo el estupendo recital y Goerne y Schmalcz ofrecieron una canción más de Schumann, Du bist wie eine Blume, volviendo al tema inicial, el amor. A continuación Goerne bajó del escenario para ir a buscar a Jordi Roch, el director artístico de la Schubertíada, para que lo acompañara y recibiera una bien merecida ovación, recordemos que la Schubertíada celebra este año su vigésima edición.


fdo. Silvia Pujalte

* Crónica publicada en www.nuvol.com

sábado, 11 de agosto de 2012

Crónicas de funciones: Aida (Liceo, 30/07/12)





Si algún título lírico goza de buena salud, desde su estreno en 1871 hasta la actualidad, es sin duda alguna la Aida de Giuseppe Verdi. Un éxito indiscutible, merced a una partitura excelsa y una dramaturgia basada en los amores de dos mujeres, Aida –princesa esclava etíope- y Amneris- hija del faraón- por un hombre, el general victorioso Radamés, todo ello enmarcado en el Egipto de los faraones. Un título que, con el “Ritorna vincitor” o la celebérrima marcha triunfal pervive en la memoria colectiva como “la donna e mobile” de Rigoletto o la waneriana “cabalgata de las valquirias”. Música y drama que se combinan a la perfección.

La Aida representada en la última función de la temporada liceista del 2011-2012, coincidió también con la última función en las tablas del Liceo, de Joan Pons en el papel de Amonasro. Al finalizar el tercer acto, fue aclamado largamente por un público que llenaba el teatro y aplaudió puesto en pie, con lluvia de papelitos de colores incluida. Emotiva despedida después de habernos dado lo mejor de su canto, con su voz y su presencia poderosas, en el acto que tiene la noche del Nilo como protagonista.

Estuvo acompañado por  Sondra Radvanosvsky (Aida), Marcelllo Giordani (Radamés), Ildiko Komlosi (Amneris, que sustituía a Luciana D´Intino) y Stefano Palatchi (El Rey). Acompañados por la Orquesta Sinfónicadel Gran Teatro del Liceo, el Coro del mismo nombre, mermado parcialmente por una huelga de parte de los cantantes, pero completado por la Polifónica de Puig-Reig. Todos ellos dirigidos por el italiano Renato Palumbo quien condujo correctamente la ópera verdiana.


La clásica escenografía de Josep Mestres Cabanes, restaurada por Castells, la iluminación de Faura y el vestuario de Squarciapino protagonizaron una noche que nos llevó al Egipto de Ramsés III.

Destacó la espectacular voz de Radvanosysky. Cálida, sensual, dominando los registros de su papel, y aunque su acento no sea el mejor de los italianos, fue largamente aplaudida en el “O patria mia”. Giordani destacó en las notas altas, con un canto irregular y problemas en el segundo acto. Amneris destacó sobre todo en el último acto, pero su Anmneris se difuminó ante una potente Aida. Correcto sin más Palatchi. Destacaron, por bien servidos, los papeles del mensajero y la sacerdotisa en las voces de Fadó y Copons.


Todos ellos fueron acompañados por una orquesta que sonó potente y verdiana y que dibujó, junto con los cantantes, una refinada música para las ciudades de Menfis y Tebas.

fdo. Sergio Castillo

martes, 7 de agosto de 2012

Recital de Elina Garanca (Munich, 25 de julio)

Del Widmung de Schumann a las "Carceleras" de Chapí

Con un recital de lied dedicado a Schumann, Berg y Strauss, regresaba Elina Garanca a Munich tras su pasado embarazo. Si bien ya había ofrecido algunos recitales y había participado en algunas funciones escenificadas, personalmente sentía curiosidad por ver cuál seria su estado vocal tras su reciente maternidad. Y en términos generales diría que tan excelente o mejor incluso que antes. Sin duda está en plena forma vocal. Es todo un lujo escuchar una voz como la suya en un teatro, tan plena, tan redonda, tan bella...


La cita se abría con Widmung de Schumann, una pieza paradigmática, que resume la expresividad de este compositor, su contenida emotividad. La primera parte contenía de hecho cuatro lieder más de Schumann (Der Nussbaum, Jemand, Zwei Lieder der Braut) y seguía con el ciclo Frauenliebe und Leben (Amor y vida de mujer), con poemas de Adelbert von Chamisso, que contiene páginas maravillosas como las del lied Süßer Freund, du blicktest mich verwundert an. El ciclo, inspiradísimo en manos de Schumann, describe el amor de una mujer por su esposo, desde su primer encuentro hasta su muerte. 

Los Sieben frühe Lieder de Alban Berg, con los que continuaba el programa, forman un ciclo de sumo interés y no muy frecuentado en los recitales de lied. Es un ciclo ecléctico, que amalgama los colores y sonoridades del pleno romanticismo con una escritura que deja entrever la atonalidad y la vanguardia. El ciclo requiere una especial concentración, precisamente por esa variada paleta de recursos que demanda al cantante. Garanca salió airosa de la prueba, destacando en los lieder más íntimos y lentos, como el tercero, Nachtigall, o el cuarto, Traumgekrönt. En Youtube encontramos esta grabación en vídeo de una interpretación con orquesta de este mismo ciclo, de 2011, con P. Järvi a la batuta: 



La escritura musical de Richard Strauss conjuga especialmente bien con el timbre luminoso y terso de Elina Garanca, y lo mismo con esa emisión amplia pero íntima, que es capaz de desplegar todo su caudal para acto seguido recogerlo sin esfuerzo. Es el caso del emotivo Ach Lieb, ich muss nun scheiden o del más conocido Meinem Kinde. Pero sin duda la recreación más redonda de Garanca, dentro de este capítulo dedicado a Strauss, vino de la mano de un Allerseelen sutilísimo, íntimo, casi susurrado. El resto de piezas de Strauss incluidas aquí fueron Leises Lied, All mein Gedanken y Heimliche Aufforderung, sin duda una selección espléndida de algunas de las mejores canciones de su catálogo.

En términos generales, quizá pueda reprocharse a Garanca una aproximación un tanto operística al repertorio liederista. Esto no siempre es un demérito, pues no pocos lieder requieren de ese énfasis casi escénico. En el caso de Garanca, no es tanto una cuestión escénica o de énfasis vocal, como sí una cuestión ligada a las características de un caudal vocal privilegiado, que tiende a sonar a voz de protagonista, que se basta por si sólo para seducir al oyente. En todo caso, Garanca demostró que, sabedora del caudal privilegiado que maneja, no se conforma con dejarlo sonar, sino que lo maneja y lo controla a plena voluntad, buscando el matiz, las dinámicas, el texto, etc. Es una delicia, en cualquier caso, escuchar el gran repertorio liederístico en manos de una voz tan rica.

El acompañamiento al piano de Roger Vinyoles fue en todo momento matizado, íntimo, sin afán de protagonismo, en un segundo plano que daba suma confianza a la interprete. Ambos repitieron este mismo programa pocos días después, en el Festival de Salzburgo.

Dejo para el final el breve relato de la "fiesta" que se montó con las propinas añadidas al programa previsto. Éstas comenzaron por un bellísimo "Zigeugner" de Strauss y siguieron por una pieza de un compositor lituano, que Garanca indicó que sería la segunda y última propina. Sin embargo, la insistencia del público le hizo salir de nuevo a escena, preparada para brindarnos otra pieza de lied. Pero antes de que se situara ante el piano, alguien desde la primera fila del patio de butacas le gritó "¡Habanera!", y ella, sorprendida, replicó: "¿La Habanera en un concierto de lied?", y se echó a reír largamente. Acto seguido se dirigió al pianista y le preguntó si tenía la partitura de la Habanera en el camerino. Así era, y fue a buscarla, ofreciéndonos así como tercera propina una Habanera de Carmen ciertamente magistral, matizada y teatral hasta el extremo. Inolvidable. Pero la fiesta no terminó ahí, ya que el público consiguió arrebatarle una última propina, esta vez en castellano, para sorpresa de muchos de los asistentes. Ni más ni menos que las "Carceleras" de Las hijas de Zebedeo, de Ruperto Chapí, pieza que Garanca acostumbra a incluir en sus conciertos y que sin duda disfruta cantando. Se cerró con ello una velada magnífica y generosa, a cargo de una de las mejores voces de nuestros días.

fdo. Alejandro Martínez

lunes, 6 de agosto de 2012

Crónicas: recital de Ramón Vargas en Peralada (2/8/12)

Los recitales líricos del Festival Castell de Peralada cuentan este año con dos citas de altura, protagonizadas por Ramón Vargas y Jonas Kaufmann. El primero de ellos ofreció el pasado día 2 de agosto una velada de altísima calidad en la Iglesia del Carmen de Peralada, cuya acústica quizá no sea la mejor para este tipo de citas vocales. En el programa, un recorrido por el repertorio italiano, desde las canciones barrocas de G. Caccini y B. Marcello a las canciones napolitanas de Tosti, Bixio y Rossini, pasando por el gran repertorio operístico de Mozart, Donizetti y Verdi. 

El tenor mejicano atesora ya a sus espaldas una dilatada carrera, donde progresivamente los papeles de lírico ligero han ido dejando paso a los de lírico pleno, con algunas incursiones todavía de mayor peso, como su Don Carlo verdiano. El citado paso del tiempo ha dado lugar a un instrumento cada vez más sólido en el grave, con un centro acariciador, redondo, lleno de armónicos, pero con un pasaje algo apretado y un agudo que no siempre deslumbra, aunque siempre se encuentra. En todo caso, el instrumento sigue teniendo un peso y un color atractivos, y no cabe duda de que el mayor atractivo de Ramón Vargas está, más allá de su pura materia prima, en el empleo sutil, elegantísimo y preciso con que aborda cada pieza.

En este sentido, resultó ejemplar su firmeza para abordar las canciones de Donizetti o Verdi, lo mismo que las de Tosti, con la seguridad y empeño de quien las considera verdaderas arias de ópera, exigentes, dignas, no segundos platos para rellanar huecos en un recital. Y así resultaron, auténticas páginas operísticas en manos de Vargas.

De la primera parte cabe resaltar su inmesa recreación de "Il mio tesoro" del Don Giovanni mozartiano y la emocionante página de Il Duca d´Alba de Donizetti, "Angelo casto e bel". Sin duda su voz brilló en estas dos páginas a una altura referencial.

En la segunda parte, ofreció el aria de Un ballo in maschera de Verdi, "Ma se m`è forza perderti", una de esas páginas algo más pesadas que va incorporando progresivamente a su repertorio y que aborda desde el puro belcanto, sin buscar un sonido artficiosamente engrosado ni una expresión afectadamente dramática. Resulta revelador escuchar un Verdi más pesado abordado desde los parámetros vocales del puro belcanto, pues a menudo olvidamos que el Verdi maduro sigue siendo hijo de Donizetti y del propio catálogo verdiano de juventud. 

Las canciones de Tosti incluidas ("A vuchella", "Ideale", "L´alba separa dalla luce l´ombra") quizá no hayan encontrado un intérprete tan luminoso y puro como Vargas, desde las cimas alcanzadas por Bergonzi o Pavarotti en su recreación. Es magnífico sentir, como oyente, cómo el texto de estas canciones fluye con sentido y se confunde con una melodía sencilla pero inspirada, como si todo fuera fácil, pero conscientes al mismo tiempo de la complejidad de una interpretación tan exigente. Vargas ofreció por último una muestra de virtuosismo al abordar la "La danza" de Rossini, una tarantella bien conocida, endiabladamente veloz en su ejecución. 

Como propinas, el tenor mejicano ofreció dos composiciones de su tierra, "Estrellita" de Manuel María Ponce, y "Muñequita linda" de Maria Grever, motivando la sentida emoción de algún compatriota asistente al recital.

El acompañamiento al piano de Mzia Bachtouridze fue limpio, moderado y firme, dando confianza al intérprete en todo momento. Ramón Vargas comentó en varias ocasiones el programa que venía interpretando, en un esfuerzo por intimar con el público asistente y convertir la velada en una cita todavía más agradable. Sea como fuere, su rendimiento vocal fue intachable, espléndido y singularmente inspirado y seguro con el programa escogido. Sin duda, uno de los grandes tenores de la escena actual. Bravo.

fdo. Alejandro Martínez

Crónicas de funciones: Don Giovanni, Festival Castell de Peralada (3/8/12)


El celebrado regreso de Carlos Álvarez


El Festival Castell de Peralada abría su programación de ópera escenificada, tras el pasado Trovatore en concierto, con la esperada vuelta a los escenarios españoles del barítono Carlos Álvarez, después de un par de años de calvario vocal por razones de salud. Sin duda, el atractivo central de este Don Giovanni era su presencia al frente del reparto, encarnando el rol titular. Y la mayor alegría fue la confirmación de su retorno en plenitud, en plena forma: la voz y el cantante, dándolo todo, nos dejaron un Don Giovanni espléndido, irreprochable. La emisión cómoda, limpia, sin esfuerzos musculares innecesarios, que los había incluso en sus mejores tiempos, sin apreturas, que las había en sus recientes tentativas de regreso, ofrecía un timbre homogéneo, pleno, de nuevo la rotunda voz baritonal que había seducido a propios y a extraños durante los buenos tiempos de Carlos Álvarez. Quizá el calvario pasado le haya llevado a replantear algunos puntos de su emisión, para que suene menos física y más relajada, buscando en suma una fonación más saludable. Ojalá no sea un espejismo puntual. Además, su compromiso dramático y escénico fue intachable. Sólo cabe pues agradecer que se sirva a Mozart con esa intención en los recitativos, con esa acentuación sutil a la hora de manejar el texto, con tanta soltura y tanto matiz, igualmente resuelto en los momentos líricos que en los temperamentales. Bravo, bravísimo, pues, Carlos Álvarez en su retorno a la escena española con uno de sus caballos de batalla, el Don Giovanni mozartiano. Ojalá sea el comienzo de una segunda juventud en su carrera, mimando el repertorio como quizá no hizo en sus años de plenitud.

Su Don Giovanni despiadado, sátiro y licencioso, más sádico que seductor, estaba al servicio de la propuesta escénica de Roland Schwab. A este respecto, no está claro qué sorprende más, si el recurso gratuito a numerosas provocaciones fáciles, casi infantiles, que no aportan nada en el terreno dramático, o la sorpresa, estupefacción y escándalo de quienes entre el publico de sonrojaban de continuo como si no hubieran visto cosa semejante en su vida. Y es que la propuesta de Schwab arranca de unas intenciones bien atractivas, pero desemboca en una realización simplista y torpe. Las intenciones atractivas, así declaradas por el propio Schwab en entrevistas a la prensa y en el programa de mano, consistían en resaltar la relación de Don Giovanni con las mujeres bajo un prisma patológico, dando la sensación de que vive encerrado en un eterno retorno de dependencia hacia el género femenino (no en vano, se numera en escena a cada uno de sus encuentros femeninos, dando pleno sentido al famoso "catálogo" que cita Leporello). 

Un Don Giovanni sátiro, por tanto, que disfruta con el dolor ajeno, generando abandono y sufrimiento por donde pasa, más allá de la pura colección de amantes a mayor gloria de su ego. Un idea, insisto, atractiva, que parecía aproximar la recreación de Don Giovanni a la figura de un Mefistófeles. Pero lo cierto es que la concreción dramática de este planteamiento nos devolvía en realidad la imagen de un Don Giovanni más o menos bien delineado, pero rodeado de un entorno de procacidad constante, con una escena reiteradamente  ocupada por semidesnudos, gestos obscenos, insinuaciones sexuales, bebida y comida derramadas por el suelo, etc., etc., en la línea del Bieito más gratuito y menos inspirado. Generalmente, además, la mayor parte de las ideas se servían en escena con gran ruido por parte de los figurantes y el atrezzo implicado. En este punto, cabe decir que la idea de recurrir a más de una veintena de figurantes que actúan como replicantes de Don Giovanni, dando a entender que son sus almas, aquellas que le acompañan en ese eterno retorno de perdición, genera fotogramas escénicos de gran calado, pero cabe preguntarse si la ganancia de esa fotogenia compensa el débito de un movimiento escénico casi histérico, tan reiterado que se diría llevado por un horror vacui, como si la escena no pudiera estar semidesierta en ningún momento. Junto al citado ruido, otra de las alteraciones más o menos injustificadas de la dramaturgia venía de la mano de unos prolongados silencios en la transición entre escenas, a menudo con Don Giovanni sólo en el escenario, como ensimismado. La propuesta escénica culmina de hecho con uno de estos silencios, una vez que Don Giovanni ya ha caído a los infiernos. Tras un minuto de silencio, éste se levanta y acompañado de sus figurantes, previa carcajada, se pierde en el fondo del escenario, como dando a entender que el eterno retorno continúa. 


Sea como fuere, la propuesta de Schwab (con escenografía de P. Vinciguerra y R. Lesterdal) puede valorarse como frustrada. Y es que la provocación siempre encuentra sentido en su contexto, y hay formas de provocación que hoy se antojan caducas, en la medida en que no conducen a ninguna parte, en la medida pues en que no contribuyen a desatar ninguna reacción más allá de la estupefacción de cierto público, que mira el escenario todavía con ojos de los años cincuenta, cuando desnudos y citas obscenas tenían un sentido evidente. Resulta frustrante pues que una idea cargada de sentido dramático como la que precedía a la puesta en escena en declaraciones en prensa del propio Schwab, se concrete a la postre de un modo tan básico y predecible.

Vocalmente, la representación guardó un nivel notable. Al margen del triunfo intachable de Carlos Álvarez, el reparto presentaba un par de voces de reconocido prestigio, como la Donna Anna de P. Ciofi y la Donna Elvira de A. M. Martínez. La primera comenzó algo calante, con el timbre algo áfono, pero no tardó en calentar el instrumento y volvió a ser la cantante inteligente de siempre. P. Ciofi tiene el mérito de sacar infinito partido de un instrumento cada vez más mermado, pero capaz al mismo tiempo de un canto ágil y spianato, de un canto temperamental o íntimo, según demande la página. Así, su "Or sai chi l´onore" y su "Non mi dir" fueron igualmente espléndidos, tanto de hecho como su compromiso escénico durante toda la función. 

Por lo que hace a la Donna Elvira de Ana María Martínez, cabía tener de entrada alguna duda sobre su estado vocal tras no pocos años de carrera, lejana ya quizá su época de plenitud. Sin embargo, lo cierto es que, salvado el escollo de su singular timbre, merced a una singular colocación, la adecuación vocal con el papel de Donna Elvira era plena, tanto como su desempeño escénico. Ofreció así una Donna Elvira irreprochable, desahogada en las agilidades, solvente en su retrato de una mujer madura y despechada, realmente enganchada a los pérfidos encantos de Don Giovanni.

Es complicado valorar el Leporello de R. Gleadow. La dirección escénica exige mucho de él, hasta el punto, probablemente, de impedirle una concentración plena en el puro desempeño vocal. Lo cierto es que el instrumento es de una plenitud bien interesante, una voz de bajo-barítono con todas las letras. Pero el cantante tiende a perder la colocación a menudo, siendo capaz de lo mejor y de lo peor a lo largo de la misma representación. En este caso, parte de "lo peor" vino de la mano de su "Madamina, il catalogo...", desaprovechando el gran momento de lucimiento de su personaje. En todo caso, una voz a seguir, que podría hacer cosas interesantes si adquiere un mayor control sobre su instrumento.

Sobre el resto de papeles, brevemente, cabe decir que estuvieron servidos con acierto. Sobre todo la Zerlina de J. Kuruçová, muy bien cantada, atenta a lo mucho que la dirección escénica demandaba de ella. Y es que la regia de Schwab aquí acertaba de pleno, dibujando el "Batti, batti..." que Zerlina dirige a Masetto. Una página cargada sin duda de dobles sentidos, de insinuaciones, con un alto contenido erótico, en el que de algún modo Zerlina le pide a Masetto que la posea, que sea "malo" con ella. 

Masetto era el bajo-barítono M. Mimica, un timbre algo hueco pero rotundo y una emisión desahogada. También muy comprometido con las altas exigencias de la dramaturgia en su caso. 

De estos papeles quizá el servido con menor fortuna fue el Don Ottavio de Philippe Talbot. Si bien su papel estaba recortado, al no incluirse "Il mio tesoro", resultó algo insuficiente porque sus medios vocales son más bien los de un Fenton, por color y por resolución ténica de los extremos. Así, a pesar de sus esfuerzos en busca de lirismo, se antojó algo fatigado con los tiempos lentos que marcó García Calvo en el "Dalla sua pace" y no ofreció apenas momentos de énfasis y temperamento en su defensa de Donna Anna. 


El maestro García Calvo estaba al frente de la orquesta titular de la Deutsche Oper de Berlin, que viajó a Peralada junto con la producción escénica de Schwab. La orquesta tiene un alto nivel, pero tiende a tomar sonoridades y coloraciones propias de un repertorio romántico decimonónico, más germánico que italiano, lejos de la sonoridad ágil, ligera y contrastada que Mozart demanda, por impecable que fuera la ejecución en todo momento. En conjunto, los mejores momentos del desempeño orquestal llegaron en la escena final, donde la orquestación carga las tintas. El maestro García-Calvo no firmó una gran recreación. Sí fue un buen concertador, acompañando a los cantantes con destreza, pero desaprovechó una obertura algo atropellada para comenzar la noche con gran lucimiento. En todo caso, irreprochable dirección, aunque quizá cabía esperar algo más de un maestro como García Calvo, al que precede una creciente impresión favorable, si bien es cierto que en otros repertorios. 


En suma, un Don Giovanni presidido por el triunfo vocal de Carlos Álvarez, rodeado de un entorno escénico irregular y de un reparto solvente.

fdo. Alejandro Martínez

Imágenes: © Shooting Serveis Fotografics - Festival Castell de Peralada