lunes, 2 de enero de 2012

Crónicas de funciones: Linda di Chamounix, Liceo


Conservar el candor


Varias de las óperas de Gaetano Donizetti, incluso siendo éxitos en sus estrenos, cayeron en el olvido durante muchos años, hasta el “resurgimiento” en este siglo que le hemos de agradecer, entre otros, a figuras como Maria Callas. Después de asistir a la cuarta representación de Linda di Chamounix en el Liceu no puedo sino pensar que la lírica no habría perdido gran cosa de seguir esta ópera durmiendo el sueño de los justos.

Estamos ante una obra de escaso interés en lo musical y nulo en lo dramático. La acción, prácticamente inexistente, gira en torno al honor puesto en entredicho (el “candor”) de la heroína, que no tiene claro si es Violetta Valéry, Lucia di Lammermoor o la Leonora del Trovatore. A ojos de un espectador del siglo XXI no es posible creerse el carácter “semiserio” que indica el libreto ante un argumento tan ingenuo y unos personajes que de puro ñoños caen en el ridículo.

Pero nada de esto tendría importancia si la música estuviera a la altura. Al contrario, Linda di Chamounix es un pastiche del Donizetti más chimpunero donde el sota-caballo-rey (recitativo-aria-cabaletta) se sucede de una forma tan previsible que aburre hasta al belcantista más acérrimo. Así durante tres horas largas. Un soberano aburrimiento.

Por tanto, el único interés de la propuesta del Liceu era el reparto con dos estrellas del panorama actual: Diana Damrau y Juan Diego Flórez. Ambos brillaron a máxima altura y nos hicieron disfrutar con sus espléndidas voces, su elegantísima línea de canto y su depurada técnica.

Cuando uno oye cantar a cualquiera de los dos, es legítimo plantearse si la lírica es un oficio tan complicado, dada la insultante facilidad con que se manejan ambos. Los brillantísimos agudos, los deliciosos pianísimos, los portamenti justos, el fiato de manual, la intención en los acentos, la afinación perfecta… se agotan los adjetivos para calificar el enorme trabajo de ambos cantantes, justamente ovacionados. Quien afirme que estamos en la era del fin de las voces operísticas debería hacérselo mirar.


Pero al lado de los dos divos es necesario destacar la labor de otros dos grandes cantantes que nos hicieron disfrutar enormemente de su trabajo: Simón Orfila y Silvia Tro. El primero, en su papel de prefecto mostró soltura y rotundidad en un papel de escaso lucimiento, mientras que la segunda sí que brilló en el precioso papel de Pierotto (de lo poco disfrutable de la partitura).

El resto del reparto resultó bastante mediocre. Bruno de Simone demostró vis cómica como el marqués, pero poco más. Pietro Spagnoli fue decididamente flojo, escaso de volumen y aún más de matices, una pena. El coro, que tiene un rol importante en la ópera, bien.

Marco Armiliato dirigía la orquesta del Liceu, de aprobados raspados ambos. Una lectura sin ninguna gracia, al puro servicio de los cantantes. La orquesta, aunque no sea de las mejores de Europa, sabe sonar cuando es bien dirigida. En este caso se limitó a cumplir.

Por último, la escena dirigida por Emilio Sagi y realizada por Daniel Blanco resultó muy apropiada a la obra: sosa y relamida. Tonos blancos y cremas que no estorbaban pero tampoco pasarán a la historia.

Hacía bastantes años que no se programaba la Linda en el Liceu. Esperemos que tarde unos cuantos en volver, no así los maravillosos Damrau y Flórez.

fdo. Alicia Cano

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