sábado, 23 de abril de 2011

Crónicas de funciones: La Juive, Zurich, 17/04/11


Crónica de la representación de La Juive de Halévy, en Zurich, el pasado domingo 17 de abril:

El gran atractivo del reparto, todavía a estas alturas de su carrera, radicaba en la presencia de N. Shicoff, el último gran Eleazar, después del ya clásico Richard Tucker. Shicoff ha paseado este rol durante casi tres décadas por los escenarios de medio mundo. Y no es para menos. Su estado vocal es sorprendente, porque carece ya de un grave solvente y el centro se antoja un tanto desguarnecido, pero el tercio agudo de su emisión está todavía liberado, resulta pleno, colocadísimo, y la voz en directo es enorme, con un metal y un squillo que no esperaba encontrarme en un cantante de sesenta años. Vocalmente resultó un impacto inesperado, francamente. Y en el apartado dramático resulta difícil describir con palabras la literal encarnación de Elezar que Shicoff ha consolidado con el paso de los años. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento está calculado y su concentración en escena es impresionante. Tanto en lo vocal como en lo escénico deslumbró ya con el "Dieu, que ma voix tremblante", al inicio del segundo acto, una página casi sin orquestación, con la voz de Shicoff proyectándose clara y desnuda con las plegarias judías por la pequeña sala de la ópera de Zurich. Y su gran momento, el aria "Rachel quand du Seigneur", en el cuarto acto, resultó, como era de esperar, una recreación de enorme impacto dramático. Shicoff tuvo un buen día, vocalmente hablando, y se permitió recrear este pasaje con sosiego, con matices y con un registro agudo desahogado. La lectura que Shicoff hace de este aria, como espectador, te deja literalmente pegado al asiento. Espectacular.


Respecto al resto del reparto, más escuetamente:

- M. Hartelius, como la princesa Eudoxie: cantante habitual en Zurich, posee una coloratura más que aseada y con una proyección más que decente en un teatro de estas dimensiones. Si acaso resulta pelín caprichosa de acentos y con un centro algo gutural. Pero cumplió más que con creces con el rol de Eudoxie, de partida un tanto caprichoso, tanto por línea vocal como por devenir dramático.

- S. Janusaite, como Rachel: posee una voz de lírica plena, bien colocada, tersa, de color agradabilísimo, capaz de medias voces, y si acaso sólo algo estridente en el registro sobreagudo. Además frasea con enorme gusto. No digo que fuese una sorpresa, pero no creo que tenga demasiado que envidiar a otras líricas de más predicamento y difusión. Su Rachel fue emocionante y vocalmente apenas reprochable. Quizá en las páginas más dramáticas y menos líricas del rol se quedase algo corta de medios, pero poco más cabría matizar.


- J. Osborn: decepcionante, tardó mucho en calentar, dejó pasar sin pena ni gloria su primera y gran intervención, "Voici le jour", sin hallar el "click" definitivo para llegar desahogado al registro sobreagudo, tan importante en esta página, e incluyendo un falsete de dudoso gusto. Quizá tuviera un mal día, ya que la voz tardó en estar plenamente fuera y bien colocada, pero no me pareció un cantante a la altura de su buena prensa.

- A. Muff: voz deteriorada, infinidad de pasajes declamados, en fin, mejorable. Y es una lástima, porque se trata de una voz de bajo con un color atractivo y de un cantante con una presencia escénica rotunda. Pero el paso de los años y la deficiencia técnica no dan para más.


En el foso, Carlo Rizzi, con el pulso justo, pero sin arriesgar nada en los tempi, ofreciendo una lectura ciertamente conservadora de una partitura que se presta a giros más personales por parte de la batuta.

La puesta en escena de David Pountney no pasó de lo correcto. Escueta dirección de actores, escenografía que respetaba las indicaciones del libreto y los pormenores de la liturgia judía. Ya digo: correcta, convincente, pero desaprovecha un fecundo libreto, lleno de situaciones escénicas con un potencial dramático por ampliar.


Resumiendo: convincente representación, con notable nivel general, de un título que no es habitual en las programaciones de los teatros europeos, y que cuando lo es, como fue el caso de Zurich, es siempre ligado a la figura de N. Shicoff, que por méritos propios es ya un Eleazar a la altura de los clásicos y que fue, sin duda, el gran atractivo de la representación.

fdo. Spinoza

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