Después del Moses und Aron en versión concierto, y que aquí mismo reseñamos, el Teatro Real daba comienzo a sus funciones escenificadas con un Boris Godunov muy atractivo a priori y que quedó finalmente en una ocasión perdida para dejar unas representaciones históricas en la retina del público madrileño, cinco años después del anterior Boris, que no gustó demasiado. Sea como fuere, entre el blanco y el negro hay lugar para muchos grises, como intentaremos mostrar a continuación con esta crónica.
La versión con diez escenas que se proponía era quizá el principal aliciente de estas funciones. Se trataba así del Boris "original" de 1872, con la orquestación de Mussorgsky e incluyendo el "acto polaco" y la escena del bosque de Kromi, con el añadido en esta ocasión de la escena de San Basilio, en la versión de 1869. Diez escenas pues, para un Boris Godunov completísimo y con el aliciente de escuchar la orquestación del propio Mussorgsky y no la impuesta a menudo por tradición, a cargo de Rimsky-Korsakov.

Por otro lado, la escena del bosque de Kromi, con la rebelión del pueblo encendido por la fascinación del falso Dimitri, trae consigo pasajes corales de una fuera colosal, espléndidamente servidos en esta ocasión por el coro Intermezzo. Y sobre todo, con esta escena, se dibuja un final ciertamente más sugerente, aunque menos teatral que el que nos deja en la retina la muerte de Boris. Y es que al cerrarse la función con la marcha del falso Dimitri y sus seguidores sobre Moscú, aglutinando a todos bajo su causa fingidamente redentora, mientras el Idiota entona su canto, se nos da a entender que el pueblo ruso vuelven a estar a merced de otra autoridad ajena a sus problemas: cambian los carceleros, pero son las mismas cadenas.
En términos musicales, regresaba al podio H. Haenchen, al frente de la orquesta titular del Teatro Real. El director, ya visto en el Real el pasado año con el título de Shostakovich, desnudó sin contemplaciones una partitura árida, agresiva, incluso hiriente. Y cabe preguntarse si quizá esa sensación de aridez, de falta de brillo y de recreación, tiene que ver con la partitura de Mussorgsky, sin los arreglos de Rimsky-Korsakov, antes que con el desempeño particular de Haenchen. Lo cierto es que la escena de la coronación quedó algo deslucida, también por la escasa solvencia de Groissböck en esa parte. Pero la función fue a más desde entonces, sin duda, alcanzado momentos espléndidos en la segunda mitad, sin mácula por cuanto hace al desempeño del foso. Junto con un coro Intermezzo en más que plenas facultades, ofrecieron una recreación musical que poco tiene que envidiar a la de otros grandes coliseos europeos.

Y vayamos con las voces. Es complicado valorar la labor del protagonista, G. Groissböck, que carece de un instrumento rotundo y desahogado, y que tardó en encontrar una colocación cómoda. Las sensaciones transmitidas con su escena de la coronación hacían presagiar lo peor. Pero a cambio es un cantante sensible, que busca el texto y lo subraya, que maneja una media voz más o menos solvente, y muy implicado en su desempeño escénico. En conjunto, pues, un Boris que fue de menos a más, y donde las buenas intenciones con el texto y ciertos detalles en sus dos largas intervenciones ante Fiódor compensaron una evidente falta de contundencia vocal, todavía más notoria ante el torrente de voz desplegado por el Pimen de Ulyanov, que comentaremos a continuación. Es cierto que Groissböck debuta como Boris y que la sorpresa hubiera sido encontrar, de súbito, una voz plena y una interpretación madura. A este respecto se ha dicho que tampoco hay muchos más bajos solventes como Boris entre los que elegir. Una afirmación que se podría matizar si recordamos el Boris de Pape el pasado año en el Met o el buen trabajo de Anastassov con este rol en el Palau de les Arts, también la pasada temporada. Y también está ahí el veterano Salminen, que lo cantó hace unos meses en Helsinki. El propio Nikitin, presente en este reparto como Rangoni, es un Boris solvente, habitual en el Mariinsky. Y es más, ¿por qué no el propio Ulyanov, con medios más sobrados y más eslavos que los de Groissböck, si bien capaz de un canto menos dúctil? En fin,conviene no caer en retratos de la situación que ensalcen rey a cualquier tuerto venido a más.
Como indicaba antes, para el rol de Pimen fue un lujo contar con el instrumento pleno y la emisión poderosa y desahogada de una voz como la de Ulyanov, ya escuchado en el Real con Les Huguenots y con Iolanta. Quizá, por pedir todavía un poco más de él, cabría señalar cierta tendencia a no salir del mezzoforte constante en la emisión. En todo caso, una voz que confirma su valía y que debería enfrentarse a protagonistas de más talla.
Del falso Dimitri se encargaba en este caso el tenor Michael König, ya visto en el Real en las funciones de Lady Macbeth de Shostakovich, y reciente Erik en El holandés errante escuchado en el Liceo con las huestes de Bayreuth. La emisión es complicada e incompleta, conforme asciende hacia el agudo, llegando al oyente la constante sensación de que puede romper en cualquier momento. No tuvo, en todo caso, una mala noche, y apenas un par de notas titubearon. Lo cierto es que cantó con muy buena intención en la escena con Marina, sonando realmente bien en esos minutos, pero dejando una sensación incompleta en su desempeño global durante la función.
Marina era en este caso M. Gertseva, después de que semanas antes de iniciarse esta producción B. Uria-Monzon cancelase su participación con este rol. Gertseva ofrece los medios amplios y sólidos típicos una mezzo rusa, pero apenas busca la poesía de su texto, resultando demasiado monolítica en su expresión. Tampoco ayudaron unas subidas al agudo un tanto comprometidas, tirantes. No es una voz desdeñable, pero no es una cantante excepcional.
El Rangoni de Nikitin no da lugar a demasiadas criticas. Al contrario: una voz solvente, con un insinuante timbre eslavo, una emisión resuelta y un cantante comprometido en escena. Ojalá su affaire con la directiva de Bayreuth por el conocido tatuaje no le traiga consecuencias de cara a su agenda como cantante, porque es un barítono estimable.
Resultó muy destacable la intervención de S. Margita como Chuiski, en una recreación verdaderamente insinuante y visceral. La voz suena muy desahogada y corre perfectamente por el teatro. Un intérprete muy interesante y que viene de cosechar un importante éxito como Loge en el Anillo del Festival de Munich, en el pasado mes de julio.
A. Kotscherga apenas canta ya, con esa emisión ruda, prácticamente desimpostada, y ofreció en consecuencia un Varlaam tan teatral como grotesco y vocalmente indefendible. Todo lo contrario que el impecable Idiota de A. Popov, justamente aplaudido por sus dos estremecedoras intervenciones. A. Kadurina y A. Yarovaya se encargaron respectivamente de los roles de Fiódor y Xenia.
La valoración global es pues la de un quiero y no puedo, la de una alta expectativa, justamente augurada, y la de un desigual resultado. Vocalmente una noche con altibajos, escénicamente una propuesta fallida, y musicalmente un trabajo muy notable con destellos puntuales de algo más. Y en conjunto, un Boris Godunov muy interesante, pero mejorable desde casi cualquier punto de vista. Una sensación muy semejante a la que nos dejó el programa doble Iolanta/Persephone de la pasada temporada.
Y un breve comentario al final sobre la selección discográfica incluida en el programa de mano (donde destaca, por cierro, en esta ocasión, la notable calidad de los artículos, entre ellos uno de S. Zizek): sorprende que no se mencionen ni el registro de Karajan para Decca con Ghiaurov en el rol titular, ni el doble registro de Gergiev en 1997, con las dos orquestaciones, para Philips. Si hay dos versiones referenciales, cada una por sus motivos, son esas, y no la grotesca de B. Christoff con I. Dobrowen a la batuta, interpretando el bajo búlgaro los tres roles (Boris, Pimen y Varlam).
Fdo. Alejandro Martínez
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