lunes, 6 de agosto de 2012

Crónicas de funciones: Don Giovanni, Festival Castell de Peralada (3/8/12)


El celebrado regreso de Carlos Álvarez


El Festival Castell de Peralada abría su programación de ópera escenificada, tras el pasado Trovatore en concierto, con la esperada vuelta a los escenarios españoles del barítono Carlos Álvarez, después de un par de años de calvario vocal por razones de salud. Sin duda, el atractivo central de este Don Giovanni era su presencia al frente del reparto, encarnando el rol titular. Y la mayor alegría fue la confirmación de su retorno en plenitud, en plena forma: la voz y el cantante, dándolo todo, nos dejaron un Don Giovanni espléndido, irreprochable. La emisión cómoda, limpia, sin esfuerzos musculares innecesarios, que los había incluso en sus mejores tiempos, sin apreturas, que las había en sus recientes tentativas de regreso, ofrecía un timbre homogéneo, pleno, de nuevo la rotunda voz baritonal que había seducido a propios y a extraños durante los buenos tiempos de Carlos Álvarez. Quizá el calvario pasado le haya llevado a replantear algunos puntos de su emisión, para que suene menos física y más relajada, buscando en suma una fonación más saludable. Ojalá no sea un espejismo puntual. Además, su compromiso dramático y escénico fue intachable. Sólo cabe pues agradecer que se sirva a Mozart con esa intención en los recitativos, con esa acentuación sutil a la hora de manejar el texto, con tanta soltura y tanto matiz, igualmente resuelto en los momentos líricos que en los temperamentales. Bravo, bravísimo, pues, Carlos Álvarez en su retorno a la escena española con uno de sus caballos de batalla, el Don Giovanni mozartiano. Ojalá sea el comienzo de una segunda juventud en su carrera, mimando el repertorio como quizá no hizo en sus años de plenitud.

Su Don Giovanni despiadado, sátiro y licencioso, más sádico que seductor, estaba al servicio de la propuesta escénica de Roland Schwab. A este respecto, no está claro qué sorprende más, si el recurso gratuito a numerosas provocaciones fáciles, casi infantiles, que no aportan nada en el terreno dramático, o la sorpresa, estupefacción y escándalo de quienes entre el publico de sonrojaban de continuo como si no hubieran visto cosa semejante en su vida. Y es que la propuesta de Schwab arranca de unas intenciones bien atractivas, pero desemboca en una realización simplista y torpe. Las intenciones atractivas, así declaradas por el propio Schwab en entrevistas a la prensa y en el programa de mano, consistían en resaltar la relación de Don Giovanni con las mujeres bajo un prisma patológico, dando la sensación de que vive encerrado en un eterno retorno de dependencia hacia el género femenino (no en vano, se numera en escena a cada uno de sus encuentros femeninos, dando pleno sentido al famoso "catálogo" que cita Leporello). 

Un Don Giovanni sátiro, por tanto, que disfruta con el dolor ajeno, generando abandono y sufrimiento por donde pasa, más allá de la pura colección de amantes a mayor gloria de su ego. Un idea, insisto, atractiva, que parecía aproximar la recreación de Don Giovanni a la figura de un Mefistófeles. Pero lo cierto es que la concreción dramática de este planteamiento nos devolvía en realidad la imagen de un Don Giovanni más o menos bien delineado, pero rodeado de un entorno de procacidad constante, con una escena reiteradamente  ocupada por semidesnudos, gestos obscenos, insinuaciones sexuales, bebida y comida derramadas por el suelo, etc., etc., en la línea del Bieito más gratuito y menos inspirado. Generalmente, además, la mayor parte de las ideas se servían en escena con gran ruido por parte de los figurantes y el atrezzo implicado. En este punto, cabe decir que la idea de recurrir a más de una veintena de figurantes que actúan como replicantes de Don Giovanni, dando a entender que son sus almas, aquellas que le acompañan en ese eterno retorno de perdición, genera fotogramas escénicos de gran calado, pero cabe preguntarse si la ganancia de esa fotogenia compensa el débito de un movimiento escénico casi histérico, tan reiterado que se diría llevado por un horror vacui, como si la escena no pudiera estar semidesierta en ningún momento. Junto al citado ruido, otra de las alteraciones más o menos injustificadas de la dramaturgia venía de la mano de unos prolongados silencios en la transición entre escenas, a menudo con Don Giovanni sólo en el escenario, como ensimismado. La propuesta escénica culmina de hecho con uno de estos silencios, una vez que Don Giovanni ya ha caído a los infiernos. Tras un minuto de silencio, éste se levanta y acompañado de sus figurantes, previa carcajada, se pierde en el fondo del escenario, como dando a entender que el eterno retorno continúa. 


Sea como fuere, la propuesta de Schwab (con escenografía de P. Vinciguerra y R. Lesterdal) puede valorarse como frustrada. Y es que la provocación siempre encuentra sentido en su contexto, y hay formas de provocación que hoy se antojan caducas, en la medida en que no conducen a ninguna parte, en la medida pues en que no contribuyen a desatar ninguna reacción más allá de la estupefacción de cierto público, que mira el escenario todavía con ojos de los años cincuenta, cuando desnudos y citas obscenas tenían un sentido evidente. Resulta frustrante pues que una idea cargada de sentido dramático como la que precedía a la puesta en escena en declaraciones en prensa del propio Schwab, se concrete a la postre de un modo tan básico y predecible.

Vocalmente, la representación guardó un nivel notable. Al margen del triunfo intachable de Carlos Álvarez, el reparto presentaba un par de voces de reconocido prestigio, como la Donna Anna de P. Ciofi y la Donna Elvira de A. M. Martínez. La primera comenzó algo calante, con el timbre algo áfono, pero no tardó en calentar el instrumento y volvió a ser la cantante inteligente de siempre. P. Ciofi tiene el mérito de sacar infinito partido de un instrumento cada vez más mermado, pero capaz al mismo tiempo de un canto ágil y spianato, de un canto temperamental o íntimo, según demande la página. Así, su "Or sai chi l´onore" y su "Non mi dir" fueron igualmente espléndidos, tanto de hecho como su compromiso escénico durante toda la función. 

Por lo que hace a la Donna Elvira de Ana María Martínez, cabía tener de entrada alguna duda sobre su estado vocal tras no pocos años de carrera, lejana ya quizá su época de plenitud. Sin embargo, lo cierto es que, salvado el escollo de su singular timbre, merced a una singular colocación, la adecuación vocal con el papel de Donna Elvira era plena, tanto como su desempeño escénico. Ofreció así una Donna Elvira irreprochable, desahogada en las agilidades, solvente en su retrato de una mujer madura y despechada, realmente enganchada a los pérfidos encantos de Don Giovanni.

Es complicado valorar el Leporello de R. Gleadow. La dirección escénica exige mucho de él, hasta el punto, probablemente, de impedirle una concentración plena en el puro desempeño vocal. Lo cierto es que el instrumento es de una plenitud bien interesante, una voz de bajo-barítono con todas las letras. Pero el cantante tiende a perder la colocación a menudo, siendo capaz de lo mejor y de lo peor a lo largo de la misma representación. En este caso, parte de "lo peor" vino de la mano de su "Madamina, il catalogo...", desaprovechando el gran momento de lucimiento de su personaje. En todo caso, una voz a seguir, que podría hacer cosas interesantes si adquiere un mayor control sobre su instrumento.

Sobre el resto de papeles, brevemente, cabe decir que estuvieron servidos con acierto. Sobre todo la Zerlina de J. Kuruçová, muy bien cantada, atenta a lo mucho que la dirección escénica demandaba de ella. Y es que la regia de Schwab aquí acertaba de pleno, dibujando el "Batti, batti..." que Zerlina dirige a Masetto. Una página cargada sin duda de dobles sentidos, de insinuaciones, con un alto contenido erótico, en el que de algún modo Zerlina le pide a Masetto que la posea, que sea "malo" con ella. 

Masetto era el bajo-barítono M. Mimica, un timbre algo hueco pero rotundo y una emisión desahogada. También muy comprometido con las altas exigencias de la dramaturgia en su caso. 

De estos papeles quizá el servido con menor fortuna fue el Don Ottavio de Philippe Talbot. Si bien su papel estaba recortado, al no incluirse "Il mio tesoro", resultó algo insuficiente porque sus medios vocales son más bien los de un Fenton, por color y por resolución ténica de los extremos. Así, a pesar de sus esfuerzos en busca de lirismo, se antojó algo fatigado con los tiempos lentos que marcó García Calvo en el "Dalla sua pace" y no ofreció apenas momentos de énfasis y temperamento en su defensa de Donna Anna. 


El maestro García Calvo estaba al frente de la orquesta titular de la Deutsche Oper de Berlin, que viajó a Peralada junto con la producción escénica de Schwab. La orquesta tiene un alto nivel, pero tiende a tomar sonoridades y coloraciones propias de un repertorio romántico decimonónico, más germánico que italiano, lejos de la sonoridad ágil, ligera y contrastada que Mozart demanda, por impecable que fuera la ejecución en todo momento. En conjunto, los mejores momentos del desempeño orquestal llegaron en la escena final, donde la orquestación carga las tintas. El maestro García-Calvo no firmó una gran recreación. Sí fue un buen concertador, acompañando a los cantantes con destreza, pero desaprovechó una obertura algo atropellada para comenzar la noche con gran lucimiento. En todo caso, irreprochable dirección, aunque quizá cabía esperar algo más de un maestro como García Calvo, al que precede una creciente impresión favorable, si bien es cierto que en otros repertorios. 


En suma, un Don Giovanni presidido por el triunfo vocal de Carlos Álvarez, rodeado de un entorno escénico irregular y de un reparto solvente.

fdo. Alejandro Martínez

Imágenes: © Shooting Serveis Fotografics - Festival Castell de Peralada


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