viernes, 28 de enero de 2011

Crónicas de funciones: L´Italiana in Algeri, ABAO, 22/01/11



Frío en Argel

Por Javier del Olivo

Bilbao, 22/01/2011. Palacio Euskalduna. Gioachino Rossini. L'Italiana in Algeri. Libreto de Angelo Anelli, basado en un texto de Luigi Mosca. Emilio Sagi, dirección de escena. Enrique Bordolini, escenografía. Renata Schussheim, vestuario. Eduardo Bravo, iluminación. Daniella Barcellona, Isabella. Antonino Siragusa, Lindoro. Michele Pertusi, Mustafà. Paolo Bordogna, Taddeo. Carmen Romeu, Elvira. Marifé Nogales, Zulma. Carlos Daza, Haly. Coro de Ópera de Bilbao, Boris Dujin, director del Coro. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Michele Mariotti, director musical. 59 Temporada de la ABAO. Ocupación 100%

Algo de las bajas temperaturas que sufría Bilbao el 22 de enero, día del estreno deL'Italiana in Algieri dentro de la 59 temporada de la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera), se trasladó al interior del Palacio Euskalduna. Frío estuvo el público, bastante desabrida la orquesta, falto de la necesaria madurez el director, y algo más cálidos los cantantes, que consiguieron levantar la función hasta temperaturas templadas que nunca llegaron a la pasión o el calor.

L'Italiana, primer gran éxito de Rossini en el género que tanta gloria le daría y donde fue un maestro, la ópera bufa, se estrenó en Venecia en mayo de 1813. Sigue la tradición, ampliamente difundida en el siglo XVIII y que llegará hasta bien entrado el XIX, de ambientar la acción de la ópera en el que hoy llamaríamos "cercano oriente". Un mundo donde el exotismo se mezcla con las pasiones, siempre con un fondo de choque de culturas, piratería y tráfico de esclavos. Si bien hay obras que abordan este tema desde el punto de vista más trágico o serio (esta misma temporada hemos podido ver aquí Il Corsaro de Verdi), son más, o por lo menos más las que han perdurado en el repertorio, aquellas que ven el lado más jocoso y divertido del intercambio cultural y amoroso que, inevitablemente, en el libreto se produce. Intercambios, todo hay que decirlo, donde los occidentales siempre salen favorecidos.

L'Italiana in Algieri es buen ejemplo de todo esto. Poco hay que contar de un argumento que aunque muchas veces pueda parecernos con ojos de hoy algo enrevesado y simple, juega siempre con los equívocos, los dobles sentidos, la brusquedad pero al final candidez de los hombres y con la aparente fragilidad, pero resolutiva astucia de las mujeres, siempre triunfadoras cuando cae el telón.

Sobre estos cimientos burlescos, Rossini levanta uno de sus entramados musicales que le han hecho entrar por la puerta grande de la historia operística. Melodías ligeras pero perfectamente equilibradas, llenas de vitalidad, con dificultades canoras que explotan todos los recursos de los artistas, y siempre con ese toque pegadizo que hace que perduren en la memoria del espectador tiempo después de haberlas escuchado. Y para servir todo este festín es necesario que todos los que participan den lo mejor de sí mismos. El Rossini bufo hay que vivirlo, sentirlo y dejar que te invada esa energía que transmite. Si no, malo.

En la representación que nos ocupa hubo de todo. Desde los que estaban en el escenario que sí que vivieron la música, hasta los que, estando en el foso, dejaron bastante que desear.

Dos pesos pesados del canto rossiniano encabezaban el reparto. Como Isabella, la italiana que aparece en Argel, tuvimos a Daniella Barcellona. Esta excelente mezzo hizo todo lo que se esperaba de ella. Su canto no puede ser más apropiado para este papel, y no tuvo ninguna dificultad en toda la tesitura. Las coloraturas salieron con facilidad y las notas más bajas sonaron contundentes y redondas. Fiato solvente y estilo italiano no faltaron para configurar un personaje a la vez gracioso y atrevido. Desde su cavatina de entrada, 'Cruda sorte! Amor tiranno!', hasta la exigente 'Pensa alla patria' (la más aplaudida por un gélido público sabatino) desgranó todas sus armas rossinianas. Quizás le faltó un punto mayor de coquetería, pero estuvo graciosa y expresiva como actriz, sin duda lo mejor de la noche. Michelle Pertusi asumía el papel del tiránico pero al final simplón Bey Mustafá. Es un cantante muy avezado en estos papeles y sobre el escenario del Euskalduna lo volvió a demostrar. El canto rossiniano no tiene secretos para él, aunque se echó de menos una mayor soltura en las coloraturas y una potencia más contundente en general. Pero su voz es bella, bien impostada y proyectada sin dificultad. Aunque buen actor, (excelente sus prestaciones en la desternillante escena del Pappataci), no deslumbró como lo hizo la pasada temporada, que cerró con un espléndido Falstaff.

Daniella Barcellona. Fotografía © 2011 by E. Moreno Esquibel

Antonino Siragusa encarnaba a Lindoro. Su voz de tenor ligero tiene un timbre no muy agradable, y aunque empezó bastante dubitativo en su aria de presentación 'Languir per una bella', donde las dificultades vocales son máximas, fue afianzándose poco a poco, terminando la representación más resuelto y con un dominio mayor de sus recursos. Histriónico, divertido y pizpireto, el Taddeo de Paolo Bordogna. No es éste un barítono de recursos vocales deslumbrantes, pero siempre resulta cumplidor y tiene una técnica que, aunque a veces abusa de notas nasales, le permite que su voz se oiga perfectamente en un teatro tan amplio como el Euskalduna. Correcta, aunque algo chillona, la Elvira de Carmen Romeu, y resolviendo sin destacar Marifé Nogales como la esclava Zulma. A destacar el debutante Carlos Daza que, asumiendo el papel de Haly, capitán de los piratas argelinos, demostró unas indudables dotes cantoras: soltura, bello timbre y excelente resolución de su aria 'Le femmine d'Italia'. Una voz a seguir.

Muy destacado la cuerda masculina del Coro de Ópera de Bilbao, dirigido por Boris Dujin, que actuaba en solitario en esta ocasión. Muy buenos actores, mostraron, una vez más, excelente escuela y buen empaste. Pero sufrieron como nadie las descoordinaciones entre la escena y el foso.

Fue este foso, sin duda, el punto más flojo de esta representación. Debutaba en Bilbao el joven director italiano Michele Mariotti. Aunque en su currículum ya aparecen títulos rossinianos dirigidos en lugares tan emblemáticos como Pesaro, en Bilbao demostró bastante inmadurez y poco sentido rossiniano de la dirección. No es fácil dirigir Rossini. Controlar orquesta, coro y cantantes en ciertos pasajes desbocados es peliagudo, y es aquí donde Mariotti estuvo más flojo. Más de una vez hubo esa descoordinación de la que hablábamos entre escena y foso, y toda la representación adoleció de falta de esa garra, de ese arrebato, de esa italianidad alegre y contagiosa que es bandera de este repertorio. Tampoco la Sinfónica de Euskadi demostró ser muy ducha en esta partitura, y anduvo un poco a trancas y barrancas, salvando los papeles en la segunda parte, donde mejoró todo el nivel de la representación.

Fotografía © 2011 by E. Moreno Esquibe

La dirección escénica llevaba el sello de Emilio Sagi, y eso se vio desde el principio de la ópera, casi siempre para bien, y alguna vez para no tan bien. En el saldo positivo del siempre solvente director asturiano, destacar la belleza y a la vez la simplicidad de la escenografía, debida a Enrique Bardolini. Unos arcos de herradura (construidos en material metálico y brillante) enmarcaban un escenario sencillo donde se sucedieron las distintas escenas con un básico mobiliario oriental. Excelente la idea de ir combinando a lo largo de la representación, tanto en luces (al mando de Eduardo Bravo) como en ambientación y vestuario (responsabilidad de Renata Schussheim), los colores de la bandera italiana: primeras escenas en blancos, rojo en la parte central de la ópera, y verde (más bien turquesa) en las escenas finales. Buena dirección de actores, de los que sacó todos sus recursos cómicos, pero como en otras producciones suyas, tuvo algunos defectos: el uso excesivo de los, por otra parte excelentes, figurantes que en algunas de sus acciones distrajeron innecesariamente de la acción principal. También un poco manido ya el recurso del travestismo, en este caso los eunucos del serrallo, ataviados con unos sostenes que piadosamente podríamos calificar de poco favorecedores. Aún así, hubo hallazgos cómicos, como la escena del nombramiento de Taddeo como Kaimakán, que resultó graciosa y ocurrente.

En resumen, una noche agradable y solvente, como tantas en la historia reciente de la ABAO, pero que nos dejó con la sensación de que podía haber sido mejor.


* Crónica publicada en Mundoclasico y cedida por su autor para nuestro blog:

1 comentario :

Anonymous dijo...

que vergüenza!!!!!
cómo se extraña la ópera de antes!!!