Continuamos con el argumento de Carmen, de Bizet. Si os perdisteis el primer acto, podéis recuperarlo aquí.
Celestine Galli-Marié (1840–1905), la mezzosoprano que estrenó el papel de Carmen - Henri Lucien Doucet ( fuente: Wikipedia)
Acto II
El acto segundo cambia radicalmente, y nos encontramos con que todo el protagonismo recae en una ONG dedicada a dar tratamiento a niños que han sufrido acoso en la escuela. El sujeto por el que se interesan es un caso realmente difícil: un sevillano de pura cepa, cuyos padres, que se creían en la cresta de la onda, no tuvieron otra ocurrencia que ponerle de nombre de pila "Lilas". Con dos eles, que eran ellos muy afrancesados, pero Lilas, al fin y al cabo, y Pastia de apellido, con lo que a la criatura en el colegio no es que le pegaran sus compañeros de vez en cuando, es que los turnos de las palizas venían ya en la Programación General Anual del centro y pasaban por el Consejo Escolar y todo. La ONG había establecido un plan de actuación de urgencia con el chaval, que incluía retirarle la custodia a los padres, y montarle un negocio al nene, que ya estaba crecidito, para intentar que comiera caliente de vez en cuando. El bueno de Lilas pidió que le ayudaran a abrir una enoteca / gastrobar, pero en la ONG, que en realidad era una tapadera del presidente del Sevilla para blanquear dinero procedente del tráfico de costaleros, le dijeron que lo único que les quedaba era el kit de taberna inmunda de putas y contrabandistas, así que el lila de Lilas (perdón, Lillas) tuvo que conformarse.
Lo cierto es que el negocio no le va nada mal, pues lo encontramos lleno de los dos tipos de parroquianos que constituyen su target, es decir, putas y contrabandistas, completando el aforo los militares del regimiento del pobre Don José, que van allí a ahogar en alcohol sus escasos ratos de ocio. Ni que decir tiene que Carmen es el alma del local, enloqueciendo hasta el delirio y sin remedio a todos los hombres que pasan por la taberna, excepto a los contrabandistas, que están muy metidos en sus chanchullos para prestar atención al grupo que forman Carmen y dos amigas, que se están preparando en secreto para abandonar el mundo del vicio y presentarse a los castings de La Voz. En estas y otras milongas andan todos, incluyendo al superior de Don José, que frecuenta la taberna con la intención de frecuentar ciertas partes de la anatomía de Carmen, que se niega a pasar por la cama si el capitán no pasa antes por caja. Don José, a todo esto, lleva varios meses en un oscuro y húmedo calabozo en el que no halla más compañía que la de una avecilla que le cantaba al albor ni más consuelo que pensar día y noche en su adorada Carmen, de ensortijados cabellos negros como la pez.
Lillas ha contratado recientemente los servicios de una agencia de publicidad, y como primera estrategia para visibilizar el negocio y que la clientela se le sanee un poco, trae a hacerse un bolo nada menos que al famosísimo torero Escamillo, que casualmente fue el proyecto anterior de la ONG: con ese nombre, figúrense lo que le habrían dado al infeliz en las capeas en sus duros años de maletilla. Pero ahora es una figura consagrada, y su presencia en la taberna hace que todo el lumpen que por allí pulula se ponga como las locas a cantar a voz en cuello canciones sobre la fiesta nacional, el valor, la hombría, la fugacidad de la vida, la eternidad de la muerte y todos los temas típicos del desinhibido canto popular. También sirve para que Escamillo le eche el ojo, cómo no, a Carmen. Pero con Carmen no hay nada que hacer, porque está pesadísima con su Don José y su Don José, que no se le cae de la boca, y tiene a todo el reparto, incluyendo al coro, hasta más arriba de la peluca con su tozudez.
Lo cierto es que el negocio no le va nada mal, pues lo encontramos lleno de los dos tipos de parroquianos que constituyen su target, es decir, putas y contrabandistas, completando el aforo los militares del regimiento del pobre Don José, que van allí a ahogar en alcohol sus escasos ratos de ocio. Ni que decir tiene que Carmen es el alma del local, enloqueciendo hasta el delirio y sin remedio a todos los hombres que pasan por la taberna, excepto a los contrabandistas, que están muy metidos en sus chanchullos para prestar atención al grupo que forman Carmen y dos amigas, que se están preparando en secreto para abandonar el mundo del vicio y presentarse a los castings de La Voz. En estas y otras milongas andan todos, incluyendo al superior de Don José, que frecuenta la taberna con la intención de frecuentar ciertas partes de la anatomía de Carmen, que se niega a pasar por la cama si el capitán no pasa antes por caja. Don José, a todo esto, lleva varios meses en un oscuro y húmedo calabozo en el que no halla más compañía que la de una avecilla que le cantaba al albor ni más consuelo que pensar día y noche en su adorada Carmen, de ensortijados cabellos negros como la pez.
Lillas ha contratado recientemente los servicios de una agencia de publicidad, y como primera estrategia para visibilizar el negocio y que la clientela se le sanee un poco, trae a hacerse un bolo nada menos que al famosísimo torero Escamillo, que casualmente fue el proyecto anterior de la ONG: con ese nombre, figúrense lo que le habrían dado al infeliz en las capeas en sus duros años de maletilla. Pero ahora es una figura consagrada, y su presencia en la taberna hace que todo el lumpen que por allí pulula se ponga como las locas a cantar a voz en cuello canciones sobre la fiesta nacional, el valor, la hombría, la fugacidad de la vida, la eternidad de la muerte y todos los temas típicos del desinhibido canto popular. También sirve para que Escamillo le eche el ojo, cómo no, a Carmen. Pero con Carmen no hay nada que hacer, porque está pesadísima con su Don José y su Don José, que no se le cae de la boca, y tiene a todo el reparto, incluyendo al coro, hasta más arriba de la peluca con su tozudez.
Carmen: Votre toast(Habanera) - Gerald Finley
(un ¿verdadero? argumento se merece una versión diferente)
Cuando por fin se marcha Escamillo con todo su séquito, los contrabandistas se quedan en la taberna planeando sus contrabandismos, para lo que necesitan a las chicas, pero Carmen sigue empeñada en que ella no se mueve porque espera a su Don José, ya que se ha enterado de que el inocentón ha salido hoy de la cárcel. Y, efectivamente allí llega el recién degradado a soldado raso, que en su primer día de libertad llega corriendo a buscar a su noviecita. La Carmen lo recibe con las extremidades abiertas, lista para dar rienda suelta, por fin, a toda su lujuria, pero, queriendo crear un clima de tensión y tórrido deseo, pierde el tiempo miserablemente en cancioncitas, de manera que cuando por fin se ponen a consumar su amor, suena a lo lejos el toque de retreta, y Don José le dice que tiene que irse. La que le monta Carmen no está en los escritos, le llama mariquitusa y afirma que el navarro prefiere la compañía de sus musculosos y sudorosos compañeros con el torso desnudo (se diría incluso que la moza se detiene un instante de más en la perturbadora imagen) a la suya, cosa que no se explica, porque en sudores no les va a la zaga, y en excesos capilares, tampoco.
En medio de la bronca aparece el capitán, que insiste en pretender a la gitanaza, lo que provoca un terrible enfrentamiento entre los dos machos, que inmediatamente se quedan con el torso desnudo para dirimir sus diferencias. Carmen empieza a ponerse un poco mosca cuando Don José empieza a deshacerse en elogios sobre los tatuajes que luce el capitán, y aún más cuando el superior murmura un par de comentarios apreciativos sobre la musculatura del otro, y le sugiere un aceite corporal que resaltaría aún más los poderosos músculos de sus hombros. Dándose cuenta de que su reciente decisión de depilarse el bigote puede empezar a jugar en su contra, Carmen reacciona amenazando con grabarlo todo en vídeo y colgarlo en las redes sociales, lo que provocaría un escándalo en la milicia de dimensiones colosales. Los dos perturbados varones vuelven a su ser y retoman la pelea con gran violencia para ahuyentar cualquier duda sobre su orientación, y Don José por fin decide renunciar a su vida en la milicia para irse con Carmen a contrabandear todo el día y a vivir una vida romántica y llena de peligros.
(continuará)
En medio de la bronca aparece el capitán, que insiste en pretender a la gitanaza, lo que provoca un terrible enfrentamiento entre los dos machos, que inmediatamente se quedan con el torso desnudo para dirimir sus diferencias. Carmen empieza a ponerse un poco mosca cuando Don José empieza a deshacerse en elogios sobre los tatuajes que luce el capitán, y aún más cuando el superior murmura un par de comentarios apreciativos sobre la musculatura del otro, y le sugiere un aceite corporal que resaltaría aún más los poderosos músculos de sus hombros. Dándose cuenta de que su reciente decisión de depilarse el bigote puede empezar a jugar en su contra, Carmen reacciona amenazando con grabarlo todo en vídeo y colgarlo en las redes sociales, lo que provocaría un escándalo en la milicia de dimensiones colosales. Los dos perturbados varones vuelven a su ser y retoman la pelea con gran violencia para ahuyentar cualquier duda sobre su orientación, y Don José por fin decide renunciar a su vida en la milicia para irse con Carmen a contrabandear todo el día y a vivir una vida romántica y llena de peligros.
(continuará)
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