Don José es un militar que se enamora perdidamente de Carmen, una gitana que trabaja en la fábrica de tabaco de Sevilla. Micaela, novia de Don José, llega a Sevilla... o no, quizá no es exactamente así la historia. Jesús Aguado nos cuenta, en una serie de cuatro entradas, el ¿verdadero? argumento de la ópera Carmen, de Bizet
Elina Garanča como Carmen ( Foto: Ken Howard/Metropolitan Opera)
Acto I
Esta es la historia de un niño que nació en un soleado día de primavera en Pamplona. Su madre, que era muy rumbosa, le puso por nombre Don José, convencida de que el bebito llegaría a hacer grandes cosas en la vida. A los tres días estaba completamente desengañada, porque en seguida se dio cuenta de que el adorable chiquillo era más tonto que una mata de habas, así que apretó los dientes y aguantó como pudo hasta que el nene tuvo edad de merecer, lo apuntó a la Guardia Civil, lo empaquetó lo mejor que supo y lo mandó por SEUR a Sevilla, con la idea de que la Benemérita y la madre patria, en orden a elegir, le aguantaran las tontunas al angelito.
Y efectivamente, en Sevilla lo encontramos, hecho un pincel, con su reluciente uniforme y toda su parafernalia, integradísimo en la vida de su regimiento, lleno de gallardos soldados siempre dispuestos a quedarse en camiseta y a socorrer a una damisela en apuros. Y la damisela a la que les da por socorrer es nada menos que Micaela, que, oh casualidad, también es de Pamplona, y está en Sevilla buscando a Don José para darle un recado de su madre. Lo mejor de todo es que en realidad Micaela no conoce ni de lejos ni a Don José ni a su madre, que desde que se libró del retoño por vía militar se ha dedicado con gran éxito al zortzico-fusión. Resulta que Micaela es una trastornada de la vida, una desventurada que abusa de todo tipo de sustancias, y que, tras una dramática intervención por parte de su familia, decide ponerse en terapia. Y acaba de salir de su primera sesión y resulta que lo ha entendido todo mal, porque ha ido puesta hasta las cejas, y la pobre no distingue lo que le dice el terapeuta de lo que le dicen las voces que oye en su cabeza, así que se hace un lío, se compra un billete de AVE y se presenta en Sevilla diciendo que busca a un tal Don José como podría decir que busca la receta de la empanada de zamburiñas. Así que, claro, llega ante Don José, se pone a hablarle de su madre, y el pobre, al que la milicia le ha mejorado el tipo pero no el sentido, se autoconvence de que la politoxicómana ésta es en realidad una niña de Pamplona con la que él jugaba de niño, sin darse cuenta de que su amiguita de la infancia se llamaba Purrusaldita y no Micaela. De mal en peor, vamos.
A todo esto, los soldados y la población masculina de Sevilla en general está pendiente de una gitana con mucho tronío que trabaja en la fábrica de tabacos y que enamorisca a propios y extraños con su gracejo y su singular belleza racial. Carmen ejerce de espíritu libre, lo que traducido a lenguaje coloquial quiere decir que hace lo que le sale de sus partes sin pararse a pensar en consecuencias. La historia de la muchacha es bastante peculiar de por sí: Carmen es una chica de buena familia, concretamente es hija de un próspero industrial de Tarrasa, y tras estudiar dos carreras y tres master en prestigiosas universidades y doctorarse en psicopatología ultramolecular de los péptidos anabólicos se encontró con una mano delante y otra detrás y pasando más hambre que Carpanta en cuaresma. Convencida de que necesitaba un cambio radical, se pasó una semana entera a dieta estricta de Telecinco, tras lo cual se hizo mechas californianas, ingles brasileñas, y rompió a putear con entusiasmo. Se fue a Sevilla para no avergonzar a su muy tradicional familia, y en poco tiempo se labró una reputación en toda la ciudad. Cuando conoce a Don José, el exceso de sombra de ojos y el amoniaco del tinte le juegan una mala pasada, ya que, aturdida por los efluvios químicos y por su obstinación en no ponerse las lentillas, tarda toda una habanera en darse cuenta de lo que todo el mundo se da cuenta al instante: de que Don José es tonto de capirote. Como no ve tres en un burro, le tira una flor pensando que es el contenedor de residuos orgánicos, y el memo de Don José la recoge de inmediato y se la guarda en la pechera para intentar, sin éxito apreciable, mitigar un poco el indiscutible hedor a chotuno que despedía el mozo, poco aficionado al agua y al jabón.
Esta es la historia de un niño que nació en un soleado día de primavera en Pamplona. Su madre, que era muy rumbosa, le puso por nombre Don José, convencida de que el bebito llegaría a hacer grandes cosas en la vida. A los tres días estaba completamente desengañada, porque en seguida se dio cuenta de que el adorable chiquillo era más tonto que una mata de habas, así que apretó los dientes y aguantó como pudo hasta que el nene tuvo edad de merecer, lo apuntó a la Guardia Civil, lo empaquetó lo mejor que supo y lo mandó por SEUR a Sevilla, con la idea de que la Benemérita y la madre patria, en orden a elegir, le aguantaran las tontunas al angelito.
Y efectivamente, en Sevilla lo encontramos, hecho un pincel, con su reluciente uniforme y toda su parafernalia, integradísimo en la vida de su regimiento, lleno de gallardos soldados siempre dispuestos a quedarse en camiseta y a socorrer a una damisela en apuros. Y la damisela a la que les da por socorrer es nada menos que Micaela, que, oh casualidad, también es de Pamplona, y está en Sevilla buscando a Don José para darle un recado de su madre. Lo mejor de todo es que en realidad Micaela no conoce ni de lejos ni a Don José ni a su madre, que desde que se libró del retoño por vía militar se ha dedicado con gran éxito al zortzico-fusión. Resulta que Micaela es una trastornada de la vida, una desventurada que abusa de todo tipo de sustancias, y que, tras una dramática intervención por parte de su familia, decide ponerse en terapia. Y acaba de salir de su primera sesión y resulta que lo ha entendido todo mal, porque ha ido puesta hasta las cejas, y la pobre no distingue lo que le dice el terapeuta de lo que le dicen las voces que oye en su cabeza, así que se hace un lío, se compra un billete de AVE y se presenta en Sevilla diciendo que busca a un tal Don José como podría decir que busca la receta de la empanada de zamburiñas. Así que, claro, llega ante Don José, se pone a hablarle de su madre, y el pobre, al que la milicia le ha mejorado el tipo pero no el sentido, se autoconvence de que la politoxicómana ésta es en realidad una niña de Pamplona con la que él jugaba de niño, sin darse cuenta de que su amiguita de la infancia se llamaba Purrusaldita y no Micaela. De mal en peor, vamos.
A todo esto, los soldados y la población masculina de Sevilla en general está pendiente de una gitana con mucho tronío que trabaja en la fábrica de tabacos y que enamorisca a propios y extraños con su gracejo y su singular belleza racial. Carmen ejerce de espíritu libre, lo que traducido a lenguaje coloquial quiere decir que hace lo que le sale de sus partes sin pararse a pensar en consecuencias. La historia de la muchacha es bastante peculiar de por sí: Carmen es una chica de buena familia, concretamente es hija de un próspero industrial de Tarrasa, y tras estudiar dos carreras y tres master en prestigiosas universidades y doctorarse en psicopatología ultramolecular de los péptidos anabólicos se encontró con una mano delante y otra detrás y pasando más hambre que Carpanta en cuaresma. Convencida de que necesitaba un cambio radical, se pasó una semana entera a dieta estricta de Telecinco, tras lo cual se hizo mechas californianas, ingles brasileñas, y rompió a putear con entusiasmo. Se fue a Sevilla para no avergonzar a su muy tradicional familia, y en poco tiempo se labró una reputación en toda la ciudad. Cuando conoce a Don José, el exceso de sombra de ojos y el amoniaco del tinte le juegan una mala pasada, ya que, aturdida por los efluvios químicos y por su obstinación en no ponerse las lentillas, tarda toda una habanera en darse cuenta de lo que todo el mundo se da cuenta al instante: de que Don José es tonto de capirote. Como no ve tres en un burro, le tira una flor pensando que es el contenedor de residuos orgánicos, y el memo de Don José la recoge de inmediato y se la guarda en la pechera para intentar, sin éxito apreciable, mitigar un poco el indiscutible hedor a chotuno que despedía el mozo, poco aficionado al agua y al jabón.
Carmen: L'amour est un oiseau rebelle (Habanera) - Elina Garanča
Poco después, mientras Don José pasa el rato con sus viriles compañeros de regimiento, llega un aviso de que se está produciendo una pelea en la fábrica de tabacos, y, cómo no, la protagonista es la racial Carmen. Lo que ocurre, en realidad, es que la empresa está planeando lanzar un ERE brutal que dejará al 93% de la plantilla en el Parque de María Luisa tomando el sol, y han contratado a Carmen como infiltrada para espiar a los enlaces sindicales por vía del conocimiento carnal. Y resulta que las compañeras de la joven se han enterado tanto del carácter de infiltrada de la muchacha como del carácter digamos íntimo del espionaje que estaba llevando a cabo sobre los mencionados enlaces sindicales, que a la sazón ejercían de novios y/o maridos de varias miembras de la plantilla, y han convocado una puesta en jarras y una decidida acción de tirar del moño a la interfecta, pero ella, más chula que un ocho, se defiende a navajazos hasta que llega la guardia. Y cuando llega la guardia, resulta que es Don José el encargado de llevar a la rea al cuartel. Pero la moza se da cuenta en seguida de que el memo de Don José lleva su flor guardada, y como, para mayor suerte, le ha dejado una mancha en la camiseta, es pan comido para la astuta morenaza (teñida) convencer al simplísimo militar de que la flor lo ha hechizado y que ama apasionadamente a la gitana. Una vida truncada por no tener un quitamanchas a mano, ya ven ustedes. Total, que Don José, que ya en su estado natural tiende al babeo, al sentirse enamorado directamente anega la fértil vega del Guadalquivir con su saliva, y se presta a todo lo que Carmen le manda, que básicamente va a consistir en dejarla escapar. Pobre Don José, atontado, enamorado, degradado y encarcelado. Mucho participio para tan poca neurona.
(continuará)
(continuará)
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