jueves, 27 de diciembre de 2012

Lohengrin


Lohengrin, música y libreto de Richard Wagner
Teatro alla Scala (Milan), 18 de diciembre de 2012


Una polémica un tanto absurda, acerca de la conveniencia o no de comenzar en la Scala la temporada del bicentenario de Verdi, que lo es también de Wagner, poniendo en escena un título del compositor germano, había presidido las semanas previas a la apertura de la sesión, en la ya consabida representación de San Ambrosio. Ni siquiera el rumor de que una Traviata abriría la siguiente temporada, la 13/14, la propiamente dedicada a los bicentenarios, había acallado los rumores. Lo cierto, en última instancia, es que la calidad musical del Lohengrin presentado y comandado por Barenboim ha sido tal que habrá acallado hasta a los más escépticos. Seguramente sean el citado maestro y la inmensa creación de Kaufmann las piezas clave sobre las que pivota el éxito de esta producción. Qué duda cabe de que la presencia de Harteros, Pape y Herlitzius ayuda a redondear la faena. La labor de Guth, sin embargo, y como comentaremos más adelante, queda francamente por debajo de la destreza demostrada por él mismo en anteriores propuestas.


Daniel Barenboimse ha ganado ya un lugar con nombre propio en el Olimpo de los directores wagnerianos, no sólo entre los de hoy en día, sino en línea con los del pasado más glorioso. Quienes hemos podido disfrutar de su batuta al frente de otras obras wagnerianas podemos dar fe de su infinita destreza e inspiración al frente de este repertorio, hoy en día sólo comparable a la destreza de Thielemann. Con este Lohengrin de la Scala mantuvo ese perfecto equilibrio entre la recreación melódica, la articulación del tejido orquestal y una precisa concertación de voces. Sin duda la Orquesta Filarmónica de la Scala ayudó a consumar una fabulosa presentación, con unos metales apabullantes y una cuerda tersa y ensoñadora. Barenboim arriesgó, buscando a veces tiempos extremos, como fue el caso del preludio del primer acto. Estos planteamientos, con tiempos tan dilatados y poéticos y dinámicas tan acentuadas, sólo se sostienen si la resolución técnica de los instrumentistas es intachable. Así las cosas, un Barenboim inspirado y seguro consiguió una recreación orquestal simplemente admirable y conmovedora.


El trabajo de Jonas Kaufmann con el rol de Lohengrin constituye una auténtica creación. Es indudable la madurez en su abordaje, si comparamos lo ofrecido en la Scala con las grabaciones disponibles de años previos, en Bayreuth, Munich, etc. El domino del rol es absoluto y la riqueza de matices, intenciones y dinámicas resulta admirable. La voz de Kaufmann siempre ha suscitado debates por su controvertida emisión: algunos consideran que engola en exceso, que la voz sólo suena liberada en el extremo más agudo y que la media voz y la emisión en piano no son auténticas sino afalsetadas. Quien escribe estas líneas sólo puede decir, por ejemplo, que Kaufmann es quizá el único cantante de hoy en día al que se escucha diferenciar con nitidez absoluta entre la emisión en p, pp y ppp, por citar un recurso que sería inviable si la emisión no estuviera liberada y sostenida siempre sul fiato, sin engolamientos ni posiciones retrasadas. Es evidente que el timbre posee una resonancia baritonal en el centro y en el grave, pero no es menos cierto que el agudo posee un metal vibrante y que los sonidos emitidos en dinámicas variadas se dejan oír en el teatro con pasmosa facilidad. El efecto sobre “Taube” en su recreación de “In fernem Land” todavía resuena en la cabeza de los que asistimos a estas representaciones.


Habiendo escuchado en años recientes los Lohengrin que componen Seiffert (Bayerische Staatsoper, Munich, julio de 2011) y Vogt (Liceo de Barcelona, septiembre de 2012), resulta difícil decidirse por una interpretación entre las suyas y la de Kaufmann. Aunque pueda sonar tópico, son realmente complementarias. Seiffert sería quizá el más canónico, por emisión y material, en una dulce madurez, pero no arriesga tanto como Kaufmann en la búsqueda de matices y efectos como los que éste ofreció en la Scala. Vogt a cambio es una alternativa radical, incomparable, ya sea por su emisión o por su timbre. Realmente es el Lohengrin más “extraterrestre” de los tres citados. Kaufmann convence sobre todo por la valentía y convencimiento con que decide buscar y realizar una infinitud de detalles vocales. El teatro se rindió ante su creación. No cabía otra reacción.
En esta ocasión, además, tuvimos la suerte de que Anja Harteros le acompañase como Elsa, después de haber cancelado sus anteriores funciones, incluido el estreno el día de San Ambrosio, cuando fue sustituida por A. Dasch. Harteros y Kaufmann logran una elevada compenetración tímbrica y escénica. Hay algo de magia entre ellos, que tantas veces han subido juntos a escena, bien con Lohengrin, bien con Don Carlo, etc. Harteros posee un material francamente estimable, con un timbre carnoso y pleno, una emisión vibrante pero flexible, capaz de sonar dulce o ensimismada pero también temperamental o descorazonada. Una gran Elsa, sin la menor duda. Uno de los mejores momentos de la función tuvo lugar precisamente en el dúo del tercer acto junto a Kaufmann, de una intensidad, de un convencimiento… de una autenticidad evocadora y magnética. Una suerte, pues, haber podido disfrutar de la Elsa de Anja Harteros que es, sin duda, una de las grandes sopranos de nuestros días.

Evelyn Herlitziuscomo Ortrud, sin llegar a las cotas de magnetismo y fascinación que alcanza Waltraud Meier con el rol, da todas y cada una de las notas con una admirable facilidad y compone el rol desde una contenida animalidad. Herlitzius es una gran cantante y reúne, en un atractivo equilibrio, un gran desempeño escénico con una muy competente recreación vocal. Junto a ella, el Telramund de Tómas Tómasson no fue más allá de la solvencia. Correcto en su desempeño escénico y vocalmente algo irregular, tanto por técnica como por calidad del instrumento, lo cierto es que compuso un Telramund vibrante pero que adolecía de ese extremo dramático que puede convertir sus intervenciones en algo apabullante.

Siempre es un lujo disponer de Rene Pape en un reparto, aunque sea para un rol que se diría menor, al menos secundario, con escaso margen dramático, como el del Rey Enrique. Una gran prestación, en contraste con la algo decepcionante ofrecida por Zeljko Lucic como el Heraldo, mostrando éste un timbre a menudo mate, una muy modesta proyección y un escaso empaque en el fraseo. Seguramente un error de cast, porque Lucic es un gran cantante, pero para el repertorio verdiano en el que se mueve con destreza, como Rigoletto o Macbeth.

En el apartado escénico, como decíamos, la propuesta de Guth queda muy por debajo de sus anteriores trabajos, como su inolvidable Parsifal o su impresionante Frau ohne Schatten. Como es habitual en Guth sorprende, y para bien, la enorme minuciosidad en la dirección actoral. Pero en contraste con las citadas producciones, este Lohengrin carece de pretensiones, podríamos decir. Es una propuesta plana, nada comunicativa, ni siquiera poética o visual, que desaprovecha un libreto lleno de símbolos y citas. No sabemos muy bien qué nos quiere contar Guth, con la dramaturgia Ronny Dietrich, a través de la escenografía y el vestuario de Christian Schmidt. Nos cuesta afirmarlo, pero probablemente Guth yerre al no canalizar su propuesta hasta el punto de hacerla inteligible y comunicativa. Seguramente, acertando con el medio, haya algo de interesante en su punto de vista sobre Lohengrin, pero en esta ocasión cuesta entender su pretensión.

A grandes rasgos, pues, un Lohengrin ejemplar en lo musical, sobre todo por la impecable disposición orquestal comandada por Barenboim y por un protagonista, Jonas Kaufmann, digno de elogio, que ofreció una creación que quedará para el recuerdo. Junto a él, sobresalientes también Harteros y Herlitzius. Lástima de una propuesta escénica errada del, por otra parte, siempre interesante Guth.
Alejandro Martínez 

No hay comentarios :