El primer título de la temporada del Teatro de la Zarzuela, 2012-2013, lleva por título ¡Ay, amor! y está dedicado a Manuel de Falla. Un doble programa: El amor brujo y La vida breve, estrenadas respectivamente, en 1915 y 1913. Un programa donde la parte coral y orquestal domina sobre las voces individuales. La crónica corresponde al último día de función, 20 de octubre, con el reparto siguiente: Esperanza Fernández (Candelas- cantaora) y Natalia Ferrándiz (bailaora) en El amor brujo y en La vida breve, María Rodríguez (Salud), Andrés Veramendi (Paco), Milagros Martín (abuela) y Enrique Baquerizo (el tío Salvaor) entre otros secundarios. Coro del Teatro de la Zarzuela y Orquesta de la Comunidad de Madrid, todos dirigidos por Guillermo García Calvo que hacía su debut en el coliseo madrileño. La puesta en escena, del fallecido Herbert Wernicke.
Bajo el sugerente y atractivo título programado, las protagonistas Candelas y Salud dan vida a dos mujeres donde el amor y el dolor por el amado gira alrededor de ellas y alimenta su pasión, su tormento y la muerte de una de ellas. El amor brujo que vimos en la Zarzuela corresponde a la primera versión del estreno, con una plantilla de catorce músicos, suficientes, con la cantaora Candelas –con sonido amplificado y no necesario- siendo acompañada la música por una bailaora, en el día del estreno, por Pastora Imperio. La plantilla orquestal se amplió en el segundo título. Una orquesta que sonó especialmente intensa, llevada con buen pulso por el maestro Guillermo Gª Calvo pero que tapó constantemente a los cantantes, de voces no especialmente voluminosas.
Una puesta en escena sosa, rancia, con los –negativos- tópicos andaluces que aparecen en escena como figurantes y que nada aportan, como el cantaor, el torero y su posterior entierro, así como sendas procesiones de Semana Santa, que enmarcan el canto, eso sí, cantado, con hondura y sentimiento, de Candelas y el dance de la bailaora. La escenografía apenas mejoró en La vida breve, salvo en el segundo acto dedicado a la boda y que desencadena el trágico final de la ópera. Los aires del enlace, con farolillos y la buena iluminación, contribuyeron a romper la monotonía escénica.
Si el aire gitano y andaluz llegó con la voz de Esperanza Fernández, las del segundo reparto, más coral que individual, fueron de menos a más. Si Martín, Vaquerizo, Ramón cumplieron discretamente, Veramendi, rudo en su canto y discreto actor, no destacó sobre todo porque la orquesta sobresalía por encima de su voz. En cambio María Rodríguez, algo desafinada en el primer acto, cumplió y se entregó en el segundo. La soprano posee una voz timbrada, oscura, que ayuda al dramatismo de la obra y al fatal desenlace. La muerte de Salud, finalizada la ópera, concluyó con el cante, esta vez sin amplificar, de Nana de Sevilla de García Lorca, recogida en sus canciones populares españolas. Emocionante.
Fdo. Sergio Castillo
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