Con unas atractivas funciones del Don Carlo verdiano, el pasado día 4 de septiembre, levantaba el telón la Staatsoper de Viena, para dar paso a su conocido frenesí de funciones, aproximadamente una al día, alternando títulos muy variados (estos mismos días también podían verse allí Arabella e I Vespri Siciliani). Se retomaba para la ocasión la nueva producción de D. Abbado, que se estrenó al cierre del pasado ejercicio (con crónica en nuestro blog) con idéntico reparto al de estas fechas pero con Vargas el rol titular y el veterano Halfvarson como Gran Inquisidor. En esta ocasión, el mayor atractivo radicaba en la presencia de R. Alagna como anunciado protagonista. Sin embargo, tras un verano complicado, que puso en riesgo incluso su debut como Calaf en Orange, el apreciado tenor, por prescripción médica, tuvo que cancelar todas sus funciones en esta producción vienesa. Caía con ello uno de los principales alicientes de la serie de representaciones, si bien el resto del reparto, como comentaremos, era también de categoría. Se pensó primero en F. Sartori para sustituirle, pero también cayó enfermo. Tampoco R. Vargas estaba disponible para esas fechas. Así que el compromiso de abrir la temporada vienesa recayó en el honrado G. Gipali, un joven tenor albanés, ganador del certamen Operalia en 2006. La que sigue es la crónica correspondiente a la última de estas funciones, la del día 13 de septiembre.
Decía que Gipali es un tenor honrado porque hay que reconocer que no canta mal. Al contrario, su fraseo es verdiano, la emisión es regular. Sin derroches de ningún tipo, pero puede salvar la papeleta. El problema es que le viene grande una sala como la de la Staatsoper, no sólo por una cuestión de mero volumen, sino por empaque, presencia. La orquesta, nada mimada su sonoridad por Welser-Möst, le sepultó en más de una ocasión. Recuerdo haber escuchado este mismo año a Gipali como Foresto, en el Attila romano dirigido por Muti. De ese cometido salió mucho más airoso, sin duda por el menor compromiso de su parte en aquella ocasión. Una lástima, pues, no haber podido contar con Alagna en Viena, que hubiera sido, cabe suponer, un Don Carlo a la altura de las circunstancias.
En el resto del reparto sobresalía un rotundo Pape, cada vez más comprometido y sólido en su interpretación de Felipe II. Hace casi un año pude escucharle el mismo rol en Berlín y la sensación es de evolución, de consolidación del fraseo y de búsqueda de más matices. Vocalmente está en un momento espléndido, con una emisión desahogada y contundente. Un lujo de Felipe, vocal y dramáticamente.
Redondeaba el trío de protagonistas masculinos el impecable Posa de S. Keenlyside. Es increíble el momento tan sólido que atraviesa como cantante. Qué forma de decir el texto y de llenar el escenario con sus gestos. La voz no es verdiana, pero es amplia, homogénea y compensa cualquier carencia al respecto con un canto espléndido, atentísimo al texto y matizado. El rol de Posa es muy exigente, pues canta casi en cada escena y remata su actuación con una larga escena que incluye dos exigentes arias. Keenlyside salió airoso de la prueba, sin atisbo alguno de fatiga y dejando cotas altísimas de canto en su intervención ante la reina y en su duo con Felipe II. Bravísimo Posa.
Stoyanova encarnaba en este caso el papel de Elisabetta y sólo puede calificarse su labor como excepcional. No es una voz con tintes dramáticos, es más, quizá se antoje algo ligera para un papel que han cantado líricas con mucho más peso, como Freni, o ya en nuestros días, Harteros, Radvanosvsky o Arteta. Pero Stoyanova aborda el papel desde un punto de vista tan consistente, tan detallista, con una facilidad casi innata para las medias voces y los sonidos flotantes, que no se echa de menos una voz con más cuerpo. Su escena final, antes del duo con Don Carlo, cosechó entusiastas aplausos en la sala. Una Elisabetta espléndida, sin duda.
El complicado y jugoso papel de la princesa de Éboli recaía en esta ocasión en la ya veterana mezzo italiana Lucia D'Intino. Su voz es tan autentica como compleja. Y es que la diferencia de emisión y color entre los diversos registros es evidente, aunque están tan bien ensamblados, los articula tan bien, que lejos de ser un demérito llegan a ser un recurso vocal interesante. Quizá las agilidades de su canción del velo no fuera pluscuamperfectas, y quizá no todos sus agudos resultaran igual de percutientes, pero su labor en conjunto fue sobresaliente, aunque fuera sólo por el arrojo con que cantó la escena del jardín y por cómo entono el "Oh, mia regina" que sucede al "O don fatale", una delicia a media voz.
El Felipe II de R. Pape encontró una espléndida réplica en la notable voz de Ain Anger, un habitual de la Staatsoper, donde canta constantemente, en muchas de sus producciones. No se echó de menos al veterano Halfvarson, lo cual ya es un mérito a considerar.
Quizá lo más decepcionante de la noche vino del apartado orquestal, tremendamente irregular, sin duda a causa de la escasa implicación del director titular de la Staatsoper, Welser-Möst, que resulta imprevisible cuando abandona su repertorio "natural", que prácticamente se reduce a Strauss y Wagner. En sus manos, la orquesta de la Staatsoper sonó a veces demasiado pesante, ajena a la enorme riqueza melódica que esconde la partitura verdiana. Hubo también momentos espléndidos, como todo el último acto, o situaciones de enorme virtuosismo orquestal durante la vertiginosa escena del jardín. La sensación, en suma, es que no interesaba en demasía al director la obra que sea traía entre manos, no ofreciendo otra cosa que una lectura rutinaria, sin demasiadas intenciones y en ocasiones algo apresurada. El coro cumplió con su cometido, pero sin mayores alardes, lejos de su espléndido desempeño en el repertorio germano.
La producción de D. Abbado (con escenografía de G. Gregori, vestuario de Carla Teti, e iluminación de A. Carletti) llegaba para reemplazar a la ya clásica de Pizzi, vista durante tantos años en la Staatsoper. Y la verdad, cuesta aclarar qué añade esta nueva producción, qué necesidad había de encargar una propuesta escénica tan vacía, de un minimalismo tan improductivo. Lo mismo hubiera valido para Don Carlo que para Il Trovatore que para una docena más de títulos. ¿No seria mejor revitalizar las propuestas clásicas y ofrecerlas como tales, en un ejercicio de historicidad, para que convivan en una misma temporada la vanguardia más reciente como el clasicismo más enciclopédico? Si se renueva algo, por lo general, ha de ser para mejorarlo. En caso contrario, la propuesta es un error y un dispendio. Y este Don Carlo presenciado en Viena es un caso paradigmático. Tanto como el de la propuesta escénica de G. del Monaco, vista el pasado año en Bilbao y Sevilla. Se trata de propuestas escénicas sin interés, sin apenas dirección de actores, con escenografías anodinas, que distan tanto del realismo más rancio como del conceptualismo más previsible. Una lástima, pues, que la Staatsoper proponga un Don Carlo escenicamente tan poco atractivo, sobre todo teniendo en cuenta que será una producción llamada a quedarse y repetirse en siguientes temporadas. Aprovecho para comentar que no he visto ni una sola puesta en escena de Don Carlo que me parezca redonda. Siempre los mismos convencionalismos y ninguna vuelta de tuerca digna de mención. Una lástima que este enorme título de la producción verdiana se tenga que escenificar o bien con nuevas propuestas sin contenido o bien con los ropajes ya vetustos de puestas en escena algo caducas. ¿No hay un término medio?
A modo de valoración global, pues, un Don Carlo de altura en el apartado vocal que habría sido redondo e incluso histórico con un protagonista como el previsto Alagna y que habría ganado muchos enteros con una batuta comprometida y una propuesta escénica más relevante.
Fdo. Alejandro Martínez
* Imágenes de Barbara Zeininger, procedentes de la Staatsoper de Viena.
Correspondientes a las funciones del pasado junio, con R. Vargas en el rol titular.
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