miércoles, 16 de octubre de 2013

¿Por qué Verdi?

Giuseppe Verdi
Giuseppe Verdi

No es difícil encontrar oyentes que aborrezcan el barroco, lo mismo que aficionados que busquen alejarse a toda costa del universo wagneriano. Idéntica situación nos encontramos con muchos otros compositores y repertorios, desde el belcanto a Britten pasando por Strauss. Pero hay, sin embargo, un par de compositores sobre los que reina el consenso y en torno a los que es difícil encontrar líneas de reproche o crítica. Me refiero a Mozart y a Verdi. Inmortales, universales, su música, por algún extraño motivo, es más eterna que las demás. Seguramente el secreto, que no es tal, estribe tanto en lo que nos comunican como en los medios que utilizan para ello. De hecho, en pocas partituras la forma y el fondo se funden de manera tan íntima como en las de Verdi y Mozart. Ambos nos hablan en un lenguaje atemporal, al mismo tiempo elevado y popular.

Centrémonos en Verdi, de cuyo nacimiento se cumplía el pasado día 10 de octubre el bicentenario. Seguramente el tema central de su obra sea la libertad. Y como reverso de ese tema, la cuestión del amor, que al fin y al cabo no es sino una manifestación tan paradójica como plena de esa libertad. Don Carlo es, para quién escribe estas líneas, el resumen más acabado y perfecto de esa dualidad entre amor y libertad. Cualquiera de sus personajes ejemplifica perfectamente este conflicto.

Pensemos en el gran papel de Felipe II, no sólo inquieto por las revueltas en Flandes, sino sobre todo "sgraziato genitor, sposo più triste ancor!". Se debate en cada escena entre sus pasiones privadas ("Ella giammai m'amo") y sus obligaciones públicas ("Nel posar sul mio capo la corona"). Su hijo Don Carlo es la manifestación más triste de esa impotencia que trae consigo a veces el amor. Sus dos grandes pasiones, Elisabetta y Flandes, se topan a cada paso con un muro. Elisabetta le es arrebatada nada más comenzar la ópera ('vi saluto, sposa a Filippo Re') y su querido Posa muere por él al acabar el tercer acto ("Io morrò, ma lieto il core"). Posa es precisamente el arquetipo máximo del amor y la libertad entendidas como una misma cosa. Seguramente sin su abnegada amistad por Don Carlos no entenderíamos su total dedicación a la causa de Flandes.

Finalmente nos encontramos con Elisabetta, el personaje más acabado de esta partitura verdiana. "Io son straniera in questo suolo", nos dice en el tercer acto. No hay mejor resumen para su desgracia. Ella es la víctima colateral y continuada de amores diversos que no se resuelven como debieran: el de Don Carlo por ella ("Tal nome no, ma quel d'altra volta"), el de ella hacía Felipe ("adultera consorte") y los amores de Éboli, bien hacia el monarca ("l'error che v'imputai io stessa avea comesso"), bien hacia Don Carlo ("voi la regina amate!") Al final se ve tan privada de amor como de libertad y sólo le queda aliento para pedir piedad ("se ancor si piange in cielo").

Éboli es un personaje extraño en esta encrucijada. Un tanto oscuro en su seducción, un tanto a contracorriente de lo expuesto aquí, a primera vista. Y sin embargo, lo cierto es que su conflicto es también el del amor/libertad. Es ya tarde cuando se da cuenta de que lo ha perdido todo ("un di mi resta"), renegando incluso de su belleza ("Oh, don fatale"). Para entonces ha perdido ya a su reina ("oh, mia regina") y a Don Carlo ("lo salveró!"). No ha sabido amar.

Todos caen entonces bajo esta misma encrucijada, en una ópera que tiene como telón de fondo la implacable represión de una Iglesia entonces cruenta, tan bien encarnada por el Gran Inquisidor. Incluso Felipe II se siente obligado a ceder ante las voluntades de la Iglesia ("dunque il trono piegar dovra sempre al'altare"). Una libertad coartada que en última instancia no es otra cosa que un amor no resuelto, negado y yermo. Verdi inmortalizó con este fresco histórico la universalidad de unas pasiones que, a cualquier escala, determinan nuestras vidas hoy, igual que lo hicieran en tiempo de Felipe II. Por eso Verdi, como Mozart, es universal, atemporal y único.

¡Viva Verdi!



Ella giammai m'amo - Jose van Dam

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