La cita era en Wigmore Hall, la temporada más importante de Europa por lo que a música de cámara respecta, una sala de dimensiones y acústica perfectas que acogía el pasado 9 de marzo el recital de Simon Keenlyside y Malcolm Martineau. En los minutos previos el ambiente en el hall era el de las grandes ocasiones y, sin duda, el recital fue de los que se recordarán durante largo tiempo.
La primera parte estuvo dedicada íntegramente a Hugo Wolf, con cuatro canciones a partir de poemas de Mörike y cinco a partir de poemas de Goethe. En otros recitales Simon Keenlyside ha mostrado ciertos titubeos en sus primeras canciones, unos minutos de inseguridad hasta hacerse con el escenario; en esta ocasión se mostró muy seguro ya desde la primera canción, Harfenspieler I, y dibujó un arpista desesperanzado que tuvo su continuidad en la segunda canción, Wie sollt ich heiter bleiben, con el mismo arpista como protagonista. También pudimos apreciar ya en estas dos primeras canciones el excelente acompañamiento de Malcolm Martineau, que nos hizo disfrutar de la exigente escritura pianística de Wolf.
La línea melancólica se rompió con Der Rattenfänger, la recreación de Goethe de la leyenda del flautista de Hamelin; disfrutamos de una estupenda interpretación en la que Keenlyside recreó un personaje irónico de aires mefistofélicos, con un punto de agresividad y a pesar de eso (¿o gracias a eso?) irresistible.
Pero si alguna canción de la primera parte merece ser destacada es Prometheus. Una gran canción, exigente vocalmente como pocas en el repertorio, larga y compleja (y aquí insisto de nuevo en la dificultad del acompañamiento de piano), que Keenlyside y Martineau interpretaron con maestría; la furia de Prometeo (¡qué diferentes las versiones de Wolf y Schubert!) llenó la sala y el contraste con la siguiente canción, Der König bei der Krönung, una interpretación bellísima de una canción íntimista, de hecho una plegaria, fue el final perfecto para la primera parte del recital.
Al empezar la segunda parte, dedicada a tres compositores franceses, Ravel, Poulenc y Fauré, poco nos imaginábamos que lo mejor estaba aún por llegar. Tras una desoladora Un grand sommeil noir llegaba el turno de Kaddish, la primera de las Deux mélodies hébraïques de Ravel. Es difícil describir la impresión que causó la oración fúnebre, la profunda emoción que transmitió Keenlyside; quizá pueda dar una idea el hecho de que, tras unos instantes de silencio, los aplausos interrumpieran el bloque de canciones, algo tan inusual como ovacionar un movimiento de una sinfonía antes de que esta acabe. Increíble interpretación.
Tras este momento tan especial vinieron las canciones de Don Quichotte à Dulcinée, tres piezas de ritmo y carácter muy diferentes. Elegancia en la Chanson romanesque, una filigrana de colores y matices en la Chanson épique(la tercera plegaria de la noche) y refinado sentido del humor en la Chanson à boire.
Las cuatro canciones de Francis Poulenc que eligieron los intérpretes no explicaban historias ni describían sentimientos, eran imágenes: el alocado violín de Paganini, la puerta de un hotel en Montparnasse o los cuadros de Jacques Villon. Son canciones que exigen un trabajo minucioso y Keenlyside demostró una vez más que su Poulenc tiene mucha clase, tanto como su Fauré, aunque las dos canciones elegidas (Madrigal de Shylock y Aubade), muy bien cantadas, quedaron un tanto ocultas entre las de Poulenc.
El recital acabó con sentido del humor y dos propinas relajadas, Le paony Le grillon de las Histoires naturelles de Ravel, una muy buena manera de acabar un recital que mantuvo un gran nivel y la conexión con el público de principio a fin, de altísima intensidad; en una palabra, soberbio.
La primera parte estuvo dedicada íntegramente a Hugo Wolf, con cuatro canciones a partir de poemas de Mörike y cinco a partir de poemas de Goethe. En otros recitales Simon Keenlyside ha mostrado ciertos titubeos en sus primeras canciones, unos minutos de inseguridad hasta hacerse con el escenario; en esta ocasión se mostró muy seguro ya desde la primera canción, Harfenspieler I, y dibujó un arpista desesperanzado que tuvo su continuidad en la segunda canción, Wie sollt ich heiter bleiben, con el mismo arpista como protagonista. También pudimos apreciar ya en estas dos primeras canciones el excelente acompañamiento de Malcolm Martineau, que nos hizo disfrutar de la exigente escritura pianística de Wolf.
La línea melancólica se rompió con Der Rattenfänger, la recreación de Goethe de la leyenda del flautista de Hamelin; disfrutamos de una estupenda interpretación en la que Keenlyside recreó un personaje irónico de aires mefistofélicos, con un punto de agresividad y a pesar de eso (¿o gracias a eso?) irresistible.
Pero si alguna canción de la primera parte merece ser destacada es Prometheus. Una gran canción, exigente vocalmente como pocas en el repertorio, larga y compleja (y aquí insisto de nuevo en la dificultad del acompañamiento de piano), que Keenlyside y Martineau interpretaron con maestría; la furia de Prometeo (¡qué diferentes las versiones de Wolf y Schubert!) llenó la sala y el contraste con la siguiente canción, Der König bei der Krönung, una interpretación bellísima de una canción íntimista, de hecho una plegaria, fue el final perfecto para la primera parte del recital.
Al empezar la segunda parte, dedicada a tres compositores franceses, Ravel, Poulenc y Fauré, poco nos imaginábamos que lo mejor estaba aún por llegar. Tras una desoladora Un grand sommeil noir llegaba el turno de Kaddish, la primera de las Deux mélodies hébraïques de Ravel. Es difícil describir la impresión que causó la oración fúnebre, la profunda emoción que transmitió Keenlyside; quizá pueda dar una idea el hecho de que, tras unos instantes de silencio, los aplausos interrumpieran el bloque de canciones, algo tan inusual como ovacionar un movimiento de una sinfonía antes de que esta acabe. Increíble interpretación.
Tras este momento tan especial vinieron las canciones de Don Quichotte à Dulcinée, tres piezas de ritmo y carácter muy diferentes. Elegancia en la Chanson romanesque, una filigrana de colores y matices en la Chanson épique(la tercera plegaria de la noche) y refinado sentido del humor en la Chanson à boire.
Las cuatro canciones de Francis Poulenc que eligieron los intérpretes no explicaban historias ni describían sentimientos, eran imágenes: el alocado violín de Paganini, la puerta de un hotel en Montparnasse o los cuadros de Jacques Villon. Son canciones que exigen un trabajo minucioso y Keenlyside demostró una vez más que su Poulenc tiene mucha clase, tanto como su Fauré, aunque las dos canciones elegidas (Madrigal de Shylock y Aubade), muy bien cantadas, quedaron un tanto ocultas entre las de Poulenc.
El recital acabó con sentido del humor y dos propinas relajadas, Le paony Le grillon de las Histoires naturelles de Ravel, una muy buena manera de acabar un recital que mantuvo un gran nivel y la conexión con el público de principio a fin, de altísima intensidad; en una palabra, soberbio.
Ficha técnica
Recital de Simon Keenlyside y Malcolm Martineau
Wigmore Hall(Londres), 9 de marzo de 2013
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